Capítulo 16

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Conciliar el sueño esa noche fue una de las cosas más difíciles que había logrado en mi residencia en la nave. Luego de ver el acercamiento al rostro percutido de mi padre en el condenado video, los ojos cansados de mi progenitor no dejaba de rondarme como un fantasma, impidiéndome dormir y recordándome todo aquello que había abandonado.

No podía evitar pensar que si estuviese en Pangea las cosas serían distintas, quizás mis padres estarían bien y podría encontrar la forma de ayudar a mis abuelos. Sentía la culpa como una segunda piel de la que no podía desprenderme por más que intentara. Más aún, mil y un planes se ideaban en mi mente, uno más descabellado que el anterior pero todos viables de alguna manera si sólo encontraba la manera.

Incluso lo imposible puede volverse una realidad si trabajas duro para lograr –las palabras de mi buen amigo me ayudaban, me elevaban el ánimo y me brindaban fuerzas.

Me encontraba a miles de kilómetros de distancia y mi familia estaba en peligro. No me caracterizaba por ser una luchadora nata pero cuando el mundo decidía atacar lo más preciado que tenía no iba a dudar ni un segundo en atacar al mundo, si con eso conseguía su seguridad y bienestar.

No sabía cómo seguir.

Sólo sabía que iba a necesitar ayuda.

Mucha ayuda.

Miré el techo de mi habitación por décima vez desde que había llegado una vez finalizada la cena, intentando encontrar en este la respuesta a mis problemas y a los del resto del mundo. Demetria había asegurado que podíamos contra Francisco y que íbamos a sacar a Pangea del descontrol y la miseria. Sin embargo, parecía inverosímil conseguirlo cuando el mismo espacio nos separaba.

Tenía que ir a Pangea.

Estaba convencida de ello. Era la única solución real. La única manera de convertir lo imposible en una realidad.

Antes necesitaba estar con mis padres por puro capricho, les había hecho una promesa sumida en la tristeza y en la rabia de que alguien hubiese decidido el curso de mi vida por mí, sin siquiera preguntar qué era lo que yo quería para mi futuro. La realidad, lamentablemente, había cambiado pero mi promesa seguía de pie, firme como un soldado. Y pensaba cumplirla.

Escuché, entre pensamientos, el sonido de la puerta de mi habitación abrirse e inmediatamente todos los sentidos de mi cuerpo se pusieron en alerta. Con cuidado, con la finalidad de no ser escuchada me puse de pie y caminé lentamente hasta los límites del dormitorio, donde la vista hacia el resto de la habitación era casi perfecta pese a la oscuridad.

Caminando, cerca de las paredes, pude observar una sombra, un hombre, quien daba pasos con cuidado para no despertarme o producir ruido alguno. Estaba allí sin autorización y no pensaba irse. El terror en su máxima expresión me azotó por completo y no pude evitar pensar que Francisco se encontraba allí para acabar conmigo.

Había descubierto la verdad y estaba segura que eso me convertía en alguien peligrosa, incluso si me consideraba inútil.

Las luces se encendieron de improvisto y corrí al centro del dormitorio, donde mi figura no podía ser vista ni generar sombras visibles para el intruso. El miedo heló mi sangre e, impulsada por mis instintos, tomé la lámpara a modo de arma.

No iba a ser esa noche, Francisco.

Ni esa noche ni ninguna.

—¿Aanisa?

Tiré la lámpara al suelo, asombrada, provocando un gran estruendo y no pudiendo evitar sentirme como una idiota. No era Francisco, de eso no cabía duda. Era alguien incluso peor, no porque corriera peligro con él o quisiera acabar conmigo sino porque no podía explicar lo que me sucedía estando a su alrededor. Reconocería esa voz hasta dormida e incluso podría soñar con ella.

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