Capítulo 1: La vuelta

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El viaje en tren de tres días y cuatro noches de duración lo hizo prácticamente sin dormir. No dejaba de pensar en todo lo que acababa de dejar atrás y todo lo que estaba por delante, todo lo que esperaba por ella.

Apoyó la sien en la ventanilla y suspiró. Los árboles, arbustos, la pequeñas florecillas sobre el pasto y algunos animales pasaban fugazmente ante sus ojos cansados.

¿Qué había atrás? La casa donde trabajó dos años al cuidado de unos niños angelicales, aquellos compañeros de trabajo que ella sentía como amigos y, por supuesto, Credence, el hombre que le gustaba.

¿Qué había delante? Su padre, su casa, su familia, sus mascotas, la granja familiar, su cuarto, sus cosas, sus recuerdos...

Pero también estaban las peleas, las mentiras, las cosas que sus padres le ocultaron por años y que ella descubrió por azar luego de la muerte de su madre. ¿Cómo? Simple. Se encontraba acomodando el cuarto de sus padres y notó un cofre de madera cuyo contenido desconocía. Lo abrió creyendo que encontraría ropa o cosas como el vestido de bodas de su madre. En ese cofre había cuadernos. En los cuadernos estaba escrita la vida de su madre, la historia de cómo conoció a su padre.

De haber sido sus padres personas comunes y corrientes, aquellos libros hubieran sido aburridos y quizá hasta tiernos. Pero su padre era Erik y su madre, Madeleine, dos dementes delincuentes. Y los libros sonaban tristes, desesperados, rozando lo patético en algunas partes.

Tardó algunos meses en leer todos esos cuadernos amarillentos, cuya letra no era muy legible. No le dijo nada a su padre acerca de aquel hallazgo y, por ocultar este secreto, comenzó a sentir una cierta depresión. Erik atribuyó la tristeza de su hija a la reciente muerte de la madre pero pronto descubrió la verdad.

Se armó una pelea muy seria entre ambos, puesto que ella no tenía porqué revisar las habitaciones de los demás y él no debería haberle mentido así. Cuatro años vivieron en constante tensión hasta que un día la chica se hartó.

Pidió ayuda a sus tíos, quienes no se atrevieron a negarle nada. Le dieron un trabajo en una bonita mansión, lejos del hogar de su padre, como ella quería. Los dueños de casa la trataron como princesa todo el tiempo y fueron amables con ella tal como lo eran con sus propios hijos, niños a los que Gemma debía educar y cuidar. Le dieron todo y, sin embargo, ella no tenía nada.

Esos dos años lejos de su padre los pasó releyendo los diarios en donde Madeleine contaba la infancia de la chica, la "princesa de papá". Leía una y otra vez los párrafos en donde su madre agradecía a todos los santos el poder ser feliz y tener esa pequeña familia.

Muchas veces lloró leyendo sobre el embarazo que su madre perdió cuando ella tenía seis años. Era muy triste que sus padres le hayan ocultado eso pero pensó que era algo demasiado triste para ambos y seguro no querían preocuparla ni asustarla con ese doloroso suceso. No dejaba de pensar en lo agradable que sería tener un hermano, alguien que sea mitad tuya y pelee día y noche, que juegue contigo y se ría de tus chistes tontos.

Gemma pensaba y pensaba. Y así pasó su viaje, inmersa en una profunda melancolía, ahogada de recuerdos que amenazaban con hacerle llorar, con pequeños momentos de alegría que le robaban sonrisas fugaces, como el día que su padre consideró que ya era grande y responsable y le regaló un cachorro, o cuando su madre la llevó a recoger fresas al bosque, comenzó a llover y corrieron a casa entre risas.

Finalmente, el tren se detuvo en el andén. Se puso de pie y su cuerpo entero se estremeció. ¿La recibiría su padre luego de las atroces palabras que ambos se dijeron esa noche, antes de su huída, dos años antes? ¿La echaría como un perro a la calle? Sí. Quizá lo merecía por dejarlo solo, por fallarle a su madre en su último pedido.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora