La caja de los recuerdos (Diario de Madeleine)

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- ¿Supiste lo de la señora Lournelly? - preguntó Erik entrando desde el patio con un montón de duraznos en los brazos.

- No, no lo sé. ¿De dónde sacaste tantos duraznos? - pregunté observando como unos cuantos se le caían al suelo.

- ¡No te quedes viendo! Ayúdame.

Dejé de mala gana mi costura y fui a ayudarle. Estaba cosiendo un nuevo vestido de entrecasa para Gemma, que se empeñaba en usar las lujosas prendas que le regalaba Alice para jugar en el barro.

Llevamos los duraznos a la cocina y los guardamos mientras conversábamos.

- Raymond trajo estos duraznos.

- ¿Cuál Raymond? - pregunté mientras pelaba uno para comerlo. Odio la cáscara de los duraznos. Vi rodar los ojos de Erik detrás de su máscara.

- Raymond Marchand, el marido de Sonia, padre de Michel, Remi, Jacques, Henri y el otro que siempre olvido su nombre.

-Lucas - le recuerdo saboreando el durazno. Lamentablemente, el jugo chorrea por mi vestido.

- ¡Ah! Eres una puerca - exclamó mirándome con el ceño fruncido. Se quitó la máscara y frotó sus ojos mientras bostezaba.

- Cállate - repliqué mientras me limpiaba con el mantel - Dime lo de la señora Lournelly.

- Falleció su esposo.

- ¡Oh, que lástima! - exclamé apenada. El señor Lournelly me caía bien, no como su esposa.

- Esta tarde lo velarán, ¿irás? - preguntó mientras se sentaba a la mesa y comenzaba a preparar un té de hierbas que siempre tomaba antes del almuerzo.

- No, ya sabes que su mujer no me cae bien.

- ¡Madeleine! - me regañó - No es una reunión de año nuevo, es un velorio. No es momento para pelear.

- Te apuesto lo que quieras a que ella no estará en mi velorio... O quizá sí: seguro vendrá a consolarte y a...

- ¡Lo único que me falta! - exclamó mirándome con enojo. Encima, acababa de quemarse con su té - Me celas con una vieja...

- Sólo tiene diez años más que tú - repliqué mientras me esforzaba por no reírme.

Me encanta tomarle el pelo a Erik. Lo mejor de todo es que él se enoja muy rápido pero es capaz de olvidar fácilmente lo sucedido cuando le digo que sólo fue un chiste.

- Deja de decir esas cosas, estamos hablando de que falleció un hombre y tú te pones a hacer esos comentarios estúpidos - volvió a regañarme pero más serio esta vez.

- Tienes razón, Erik, discúlpame - me retracté comprendiendo que era cierto, no era el momento de hacer bromas.

- No me pidas disculpas a mí - continuó retándome - Pídele disculpas a Dios porque lo que acabas de hacer es una ofensa contra los muertos.

Asentí sintiéndome culpable. Minutos después, recordé algo.

- ¿Yo ofendo a los muertos? - pregunté con ironía - No te olvides que fuiste tú quien me llevó a robar un cadáver.

- ¡Chist! ¡Cállate! ¿Quieres que Gemma te oiga? ¡Gemma podría escuchar!

- ¿QUÉ QUIERES? ¡ESTOY OCUPADA! - gritó mi pequeña desde el patio. Esta niña sí que tiene pulmones.

- ¡NADA! - contestó Erik - ¡Y DEJA DE OÍR CONVERSACIONES DE ADULTOS!

- ¡NO ESTABA OYENDO!

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora