Capítulo 3: Tú, mestizo

108 14 16
                                    

- Calibria es el mejor animal que tenemos, ¿verdad Gemma? Cuéntale a Michel lo rápido que recorre el prado.

Gemma miró a ambos. Empezaba a aburrirse de sus charlas. Para esos hombres no existía otra cosa que no fuesen los caballos y el futuro criadero que Erik le estaba ayudando a diagramar. Hacía una semana que estaba ahí con ellos y, aunque realmente estaba feliz por ver a su padre, también estaba molesta por no ser exclusiva y triste por extrañar la casa donde trabajó. Aunque no fuese capaz de admitirlo, extrañaba a Credence más que a nadie.

- Papá... ¿Para qué quieres que vuelva a explicarle a Michel lo perfecta y buena que es Calibria si él nunca la aceptará? - replicó desafiante - A él sólo le importan si tienen medallas, cree que eso importa más.

Los dos se quedaron callados mirándola. En parte era cierto pero también era real que la gente prefería hijos de campeones, purasangres.

- Es que eso importa más a los compradores - respondió el muchacho como si fuese obvio.

- No. La gente que sabe sobre animales no necesita más que una mirada para notar que Calibria podría ser perfectamente una campeona. Es fuerte, lista, ágil y su porte es orgulloso.
- Dices eso porque es tuya...

- ¡No! Lo digo porque es verdad - terminó tajante y se retiró a su cuarto.

Michel se sorprendió y luego observó los temibles ojos de fuego que lo observaban debajo de esa máscara. Se irguió en su asiento y se apresuró a disculparse por molestar a la caprichosa malcriada hija de su buen amigo.

- Lo siento... No sabía que iba a molestarse así, no fue mi intención - murmuró arrepentido.

- Descuida... Gemma no es la misma desde hace algún tiempo... Desde que murió Madeleine más precisamente. Antes era tan buena, tan tranquila.

- Lo sé... A veces es raro verla actuar así, es como si ya no fuese la niña que estudiaba conmigo.

Con una sonrisa de alivio por haberse librado de tan infructuosa charla, Gemma se sentó frente al piano y comenzó a tocar una bonita y sencilla canción italiana que había aprendido en la mansión Verdoux, el lugar en el que trabajó cuidando a los niños. Credence se la había enseñado. Ambos sirvientes aprovechaban cuando la familia salía de la casa para usar el piano y cantar. Él tenía una voz muy bella y la de ella, sin ser sublime, era muy bonita.

Erik frunció el ceño meneando la cabeza.

- Escucha eso... Ni siquiera las canciones que toca son como antes - comentó con disgusto. Él la había educado con la más fina música, enseñándole a tocar con destreza piezas divinas, cantando canciones celestiales...

Y ahora ella estaba en su sala tocando en el piano una estúpida cancioncilla italiana, más propia del mal gusto de Madeleine que del finísimo arte que él le enseñó.

Michel se encogió de hombros.

- Para mí es bonita... Bueno, en realidad yo no sé nada.

- Sí, no sabes nada de música.

Michel se quedó callado.

- Usted nunca quiso enseñarme - recordó con tono de reproche.

- Sí, es cierto... Pero fue porque no quería que se te subiera el éxito a la cabeza y quisieras irte a París.

- ¿A París? ¿A qué? - preguntó el chico extrañado.

- A cantar en la Ópera... Tu madre no lo hubiese permitido y seguro acababas huyendo y la culpa... ¿De quién sería, según tu madre?

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora