Capítulo 9: Piénsalo

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- Cumplir años no es algo bueno cuando tu madre planea una fiesta con todos sus amigos - respondió Emile comiendo otra galleta.

Ya había perdido la cuenta de cuántas llevaba comidas, el problema era que comía para mantener la boca ocupada y evitar decir al mundo lo que en realidad pensaba. Tragaba tantas verdades como manjares y dulces en el día, soltaba mentiras y paseaba taciturno. La gente le veía como un buen partido para sus hijas y nadie podía comprender porqué seguía soltero. Emile sí lo sabía: nadie lo amaba a él sino que todos amaban lo que significaba casarse con un D'Azur: prestigio, dinero y un palco en la Ópera todas las noches.

- ¿Qué hay de tu hermano? - preguntó Erik sólo por decir algo.

- Louis está muy feliz en Alemania... Supongo que se lo merece porque siempre obedeció a nuestros padres, siempre fue el niño ejemplar, ¿sabe? Mientras yo estudiaba arte, música y poesía, Louis ya estaba sentado junto al contador de la familia aprendiendo a administrar capital.

Pero eso no era lo peor de todo...

- Y lo peor de todo - continuó Emile con energía renovada - Es que el setenta por ciento de los invitados a mi fiesta serán señoritas solteras y solteronas que me perseguirán toda la noche hasta que decida casarme con alguna de ellas.

Erik se rió al ver la cara de frustración y odio del tipo que retorcía el trapo sucio con sus manos. Sabía que Emile era el hijo más desafortunado del matrimonio D'Azur pero también sabía que era el que con más libertades y privilegios había sido criado porque era el favorito desde el mismo momento en que nació. ¿Por qué? Nadie podría explicarse eso ni podría creerse que, habiendo nacido un par de mellizos, uno de ellos sea el favorito.

- ¡Pero si son iguales! ¿Cómo puede haber un favorito? - le preguntó a Madeleine en cuanto le contó el chisme.

Emile se levantó y salió al balcón. La brisa tibia anunciaba la pronta llegada de la primavera, aunque los días de invierno aún seguían presentes. Esta era su época favorita, la transición del frío al calor, el paso suave y dulce del invierno (lo seco y amarillo) a la primavera (lo vivo y verde... Y azul, ¿Por qué no? Como las florcitas silvestres que tanto le gustaba cortar para su madre cuando era niño).

Gemma apareció en la sala. Iba bien vestida pero despeinada puesto que se despertó con un murmullo de voces y, al espiar por la cerradura de la puerta, sólo vio a su padre en la sala, lo que le hizo suponer que estaba hablando solo. Salió rápido, entre atontada por el sueño y desesperada por saber qué ocurría.

- ¿Papá? ¿Con quién hablas? - preguntó caminando lentamente. 

- Con Emile - respondió encogiéndose de hombros.

Al oír su nombre, Emile entró desde el balcón. Al verlo, Gemma recordó que estaba despeinada. Se giró con una mueca exagerada de horror y volvió a su cuarto corriendo. Aunque lo intentó, Erik no pudo resistir la risa. No le gustaba ver a su hija pasar por situaciones que la avergonzaban pero la forma en que su cara se contrajo en esa mueca y la manera desgarbada en que salió corriendo fueron demasiado para él, que comenzó a reírse muy bajo para que ella no lo escuchara: no quería convertir una tranquila tarde en otra toma de la Bastilla.

Emile sonrió. No se había dado cuenta pero su prima se estaba convirtiendo en una señorita muy guapa... Exceptuando su carácter, reunía todas las condiciones para convertirse en su bella y dulce esposa. Aunque, claro, ella ya estaba destinada a su hermano Marius y él no era de esos guerreros o príncipes que pelean por las damiselas hasta la muerte. No.

¡Un hombre la había visto despeinada! ¡Qué horror! Por suerte, su primo parecía ser un tipo sin expresiones ni sentimientos, igual que Credence cuando lo conoció. Credence... ¿Por qué seguía pensando en él? ¿Por qué le importaba tanto al punto de compararlo con todos los que conocía?

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora