Capítulo 19: Emile

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Se había sumido en un dulce sueño apenas se fue el contrariado Emile. La verdad era que no soñaba con nada pero estaba en ese agradable instante en que sueño y realidad apenas comienzan a separarse y, por lo tanto, uno puede percibir los sonidos de alrededor y ver en su mente ciertas imágenes adorables que van confortando el ánimo.

Así estaba Erik cuando Marius subió a toda prisa las escaleras y comenzó a golpear la puerta.

- ¡Tío! ¡Tío Erik! ¿Estás ahí? ¡Responde! Soy yo, soy Marius. ¿Estás dormido, tío? ¡Abre que es importante!

- Maldita sea - farfulló acomodando su máscara - ¡Está abierto! - gritó con voz tronante.

Marius entró ignorando el tono de enojo, pues tenía preocupaciones tan asfixiantes que le impedían notar los sentimientos de los demás... Aunque, para ser sinceros, él alardeaba de muchas cosas y pretendía defender cientos de causas pero lo cierto es que la empatía ni la compasión figuraban entre sus virtudes.

- Buen día, tío. ¿Estuvo aquí Emile? - preguntó rápidamente.

Erik seguía tendido en el sofá en que se acostó para relatar las verdades a Emile D'Azur. Suspiró y estiró las piernas, sus huesos estaban cansados y eso que apenas si empezaba el día.

- Cuéntame con detalles cómo estuvo la fiesta - exigió el anciano. Marius frunció el ceño.

- Es una urgencia, ¿Estuvo aquí sí o no? - insistió con su natural impaciencia.

Erik extrajo un papel de su bolsillo que comenzó a doblar con tranquilidad hasta convertirlo en una especie de ave. Marius le veía hacer mientras su enojo iba en aumento. ¿Qué le pasaba a ese idiota?

- Quizá - dijo Erik después de un tiempo.

- Por favor, dímelo - insistió.

Erik se levantó y salió al balcón. El tenue rocío nocturno había decorado a las flores y las hojas de las plantas con pequeñas gotitas que brillaban como preciosos diamantitos. La brisa débil anunciaba que el día sería espléndido, especial para pasear en la compañía de una bella dama por alguno de los jardines tan preciosos que poseía la ciudad. O quizá sería más lindo y romántico pasear junto al río, tal como Madeleine y él solían hacer. ¡Oh, recuerdos! Dulces y amargos a la vez, como el té de limón con miel que ella le obligaba a beber cada vez que pescaba un resfriado.

Marius estaba muriendo de odio. Su tío era un imbécil, sí. Y de los peores. Desvió la vista hacia la mesa y vio los restos del desayuno: galletas, mermelada, tostadas y dos blancas y delicadas tacitas. Sí. Emile era muy similar a Antoine en ese aspecto: jamás decían "no" cuando de comida se trataba. Esa tacita de porcelana debía haber sido usada por su angurriento hermano.

Se levantó y salió corriendo. Llegó a la calle y ya no supo a dónde ir. ¿En dónde podría estar ese estúpido pelirrojo?

- ¡Lo mataré! - exclamó - No puede casarse con ella, no debe casarse con ella... ¡Pero si es la sirvienta, maldita sea!

Erik volvió a entrar al escuchar el correteo de Marius por la escalera. Cerró las ventanas y cortinas para evitar que los odiosos rayos de sol entraran en la sala. Tomó el único libro de lecturas que había allí en la casa y se recostó otra vez en el sofá.

Gemma se miraba al espejo. El vestido era lindo, claro, y le calzaba bien, por supuesto: se lo habían hecho a medida. Sin embargo, no era capaz de sonreír ni de contemplarse con alegría. Esa misma noche iría a la Ópera y se sentaría ahí a mirar un espectáculo que no le interesaba en lo más mínimo sino que lo verdaderamente interesante se encontraba muy por debajo del escenario.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora