Lavando platos (Diario de Madeleine)

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Ser madre es una tarea difícil a veces...

Hay días que me siento tan cansada, tan sobrepasada, tan inútil... Pero tengo que seguir, tengo que seguir sonriente y tragarme todo lo que siento.

Lo malo es que Erik siempre nota que estoy rara y comienza a preguntarme cosas y pensar mal sobre mí, como ayer.

Estaba fregando los platos en la cocina mientras pensaba en un montón de cosas sin sentido sobre mi pasado. Suspiré pesadamente y me detuve un momento, levantando la vista al techo, para intentar calmarme y alejar esos malos pensamientos que amenazaban con hacerme llorar. Justo en ese momento, Erik entró, volvía de hacer dormir a Gemma.

- ¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? - me preguntó con algo de aspereza en la voz porque la noche anterior habíamos discutido y, aunque "resolvimos" el problema, la relación estaba tensa.

- Sí, estoy bien - respondí retomando la tarea.

- ¿Por qué me hablas así? - se acercó a mí mirándome muy serio.

- ¿Así cómo? ¡No te he hablado de ninguna manera!

- ¡Me estás hablando mal! Escúchame bien, Madeleine: dime lo que te pasa u olvídate de mí. ¡Ya estoy harto de esta situación!

Comencé a reírme.

- ¿Encima tienes la osadía de reírte en mi cara? - espetó molesto, casi podía ver el humo saliendo de sus orejas. Lo pensé mejor.

- Es que me da gracia todo esto... No me pasa nada, ¿sí? Déjame tranquila - le respondí intentando ser suave.

Me voltee hacia los platos para terminar de lavar pero él me tomó de los hombros y me hizo girar a verle con fuerza.

- ¡Mírame cuando te hablo! - gritó.

- ¿Qué te pasa? ¡Suéltame! - lo empujé pero me acercó más a su pecho. Cerró los ojos un minuto, intentando calmarse. Yo miré hacia un costado porque mis ojos estaban llenos de lágrimas.

- Madeleine... Por favor, dímelo - me pidió con suavidad.

- No me pasa nada - repliqué con la voz quebrada. Pasé saliva y lo miré - Me estás lastimando.

Inmediatamente, me liberó de su agarre y me froté los hombros con las manos. Me miró arrepentido.

- Perdóname, no quise hacerte daño.

- Olvídalo - susurré en voz muy baja.

- No... - tomó mucho aire y se alejó un paso de mí - Dime la verdad, Maddie... ¿Te arrepientes de esto?

- ¿Arrepentirme de qué?

- ¡De esto! De habernos casado, de vivir aquí...

- No, Erik, no me arrepiento - respondí segura. Él bajó la vista.

- A veces tengo miedo de que estés arrepentida, tengo miedo de que quieras dejarme pero no tengas el valor de decírmelo y te quedes a mi lado por lástima... o por Gemma.

- ¡No! Yo jamás haría eso.

Me acerqué a él y tomé su mano. Después, acaricié su mejilla pero él no me miró.

- Entonces, ¿por qué estás así? - preguntó en voz baja.

- ¿Así cómo?

- Irritable, me hablas mal, no sonríes, respondes con monosílabos... - se alejó de mí y caminó hasta detenerse frente a la ventana, dándome la espalda - No eres la misma desde hace algún tiempo... Más precisamente desde que Lucien y Alice estuvieron aquí.

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