- Madeleine, Madeleine...
Abrí los ojos lentamente, otra vez me encontraba en el cuarto de huéspedes. Allí estaba él con Alice. La cara me dolía mucho, supongo que por el golpe que me di contra esas piedras.
- ¿Para qué mierda me traes a esta puta? - pregunté tomando el vaso de agua que me ofreció. También tomé las píldoras que me dio.
- Es hora de que dejes de llorar, Madeleine - dijo ella que me miraba con pena.
- Vienes acá a limpiar tu conciencia, pedazo de puta, vienes a ser la buena hermana. No te olvides que me enviaste sola a París sabiendo que podría cogerme la Policía y tú te fuiste a Toulouse a casarte con ese gordo fracasado. Si tú no te hubieras separado de mí, yo no habría conocido a este engendro.
Erik apretó el vaso que le devolví con fuerza. Alice me miraba con pena y enojo a la vez.
- Este engendro - dijo poniendo su mano en el hombro de Erik - Te ha cuidado y soportado todos tus malos tratos. Es un buen hombre y no merece todo lo que le haz dicho
- No lo toques... ¿Acaso también vas a seducirlo como lo hiciste con Francis?
Francis era un noviecito mío de la infancia. En realidad, nunca llegó a ser mi novio pero a mí me gustaba mucho y ella se quedó con él.
- Ya supéralo, Madeleine...
- Erik, llévatela. Es la última persona en el mundo que me interesa ver.
Me di la vuelta y, mirando hacia la pared, me quedé dormida.
La mañana siguiente, Alice me convenció de comer. Me convenció de bañarme, me peinó, me vistió y me dijo que, para ver a Gemma, debía hacer todo lo que ella me dijera. Estuvo una semana lavando mi cerebro con su charla y experiencias de mujeres que pasaron por lo mismo que yo. En esos días, casi que ni vi a Erik. Sólo aparecía para saludarme por las mañanas y despedirme por las noches.
Finalmente, llegó el día de ver a mi niña hermosa. Esos días sin ella fueron muy difíciles para mí.
Gemma estaba muy contenta porque sentía que estaba pasando vacaciones en casa de los Marchand. Sonia la llevaba al pueblo a pasear, a la iglesia, jugaba con Michel todo el día y Lucas les enseñaba a montar un pequeño y viejo pony que tenían.
- ¿Cuándo podré volver a casa? - preguntó mirándome con rareza.
- ¡Oh! Tú no quieres volver a casa - se metió Alice - Tú la pasas muy bien aquí, ¿A qué quieres ir a casa? Ten, te traje tus osos de peluche. Ve, ve a jugar con ese niñito de ahí.
Sonia me tomó las manos y luego me abrazó con fuerza. Sus brazos, gordos y fofos, me hicieron pensar en mamá y me eché a llorar entre ellos.
- Tranquila, Maddie... - me susurró mientras acariciaba mi cabello - Recuerda que debes ser fuerte por Gemma, tú lo eres todo para ella, tu niña te adora.
Sus palabras me dejaron pensando. Alice me llevó abrazada por la cintura hasta que llegamos a casa. Yo apoyaba mi cabeza en su hombro, supongo que eso es lo bueno de ser más baja que ella.
- Te prepararé una ensalada de lentejas, como la que hacía mamá. ¿Recuerdas que te gustaba mucho? - me susurró al oído.
- Sí, Alice... Perdóname por lo que te dije - le respondí empezando a llorar otra vez.
- ¡Oh, pequeña! - me abrazó y yo recargué mi peso en ella - Yo te entiendo, sé que es muy duro y que te pones muy nerviosa y está bien, no es fácil.
- ¡No tenía que decirte todo eso!
- Olvidalo, ya es pasado - sacó un pañuelo azul y secó mis lágrimas con él. Después besó mi frente y me llevó hasta el cuarto de huéspedes.
- ¿Y Erik? - pregunté sentándome en la cama.
- Iré por él, tú quédate aquí.
Me quedé mirando por la ventana hasta que sentí que había alguien detrás mío. Me giré y me encontré con Erik. Me levanté, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas.
- Cierra la puerta - susurré débilmente. Me obedeció. Caminé hacia él y, cuando estiré la mano para quitarle la máscara, él se alejó.
- No quiero que me veas...
- Quiero verte, Erik. Te extraño.
- ¿Cómo están tus pies? - murmuró cambiando de tema.
- Bien, ya no me duelen. ¿Qué me pasó, Erik?
- Rompiste todo. Destrozaste las ventanas con los puños y caminaste sobre los vidrios así que tuve que sedarte para poder curarte y bañarte.
Me senté en la cama y me cubrí el rostro con las manos. No recordaba nada muy bien, sólo sabía que Alice me cuidaba y cambiaba las vendas de mis manos y mis pies, también me obligaba a comer y hablaba todo el tiempo sin parar.
- Alice dijo que te traté mal - susurré sin mirarlo.
- A los dos nos trataste mal...
Lo miré. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- Quítate la máscara, por favor.
- Me llamaste monstruo, dijiste que yo soy una cosa horrible.
Empecé a llorar. ¿Por qué?
- ¡Soy mala! ¡Daño a todos los que me aman! Mira lo que te dije a ti, a Alice le quise pegar y Gemma está mejor con los Marchand que conmigo... Y mi hijo... ¡Lo maté yo!
- No te hagas esto - me pidió acercándose lentamente - Tú no eres mala ni haces daño a nadie, no dejes que este dolor te consuma...
Continuó diciendo muchas cosas, buscando darme un consuelo. Sin embargo, yo no escuchaba. Me había acostado hecha un ovillo. Erik comenzó a abrazarme, acariciarme y le quité la máscara. Cada uno secó con sus besos las lágrimas del otro y terminamos haciendo el amor muy lentamente, con mucha suavidad y cariño.
La mañana siguiente no lo odié ni me sentí sucia sino que lloré entre sus brazos y dejé que él me consolara. Escuché sus palabras y encontré consuelo en sus ojos llenos de amor para mí. Su voz me susurraba mis canciones favoritas al oído y ya no sentí ganas de morir sino que quería vivir otra vez.
Por Gemma y por Erik.
- Alice... Gracias por estar a mi lado - le dije cuando me despedí de ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y me sonrió con ternura.
- Siempre me tendrás.
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Lo que fue #2
Teen FictionUn viaje hacia el pasado, volviendo sobre esa historia llena de mentiras, oscuridad y amores... Segunda parte de "Lo que digas" Gemma está dispuesta a recorrer todos los sitios que fueron tan importantes en la historia de sus padres. Pero, en ese v...