Capítulo 24: Suplicios

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Erik corrió unas cajas y comenzó a tantear la pared. ¿Dónde estaba exactamente la trampa? Ya no lo recordaba, habían pasado unos veinte años desde la última que entró por esa trampa. Finalmente, halló la pequeña e e insignificante señal que marcaba el acceso.

De su bolsillo sacó una cuerda. Había llevado a la Ópera un par de cosas en sus bolsillos porque no sabía con qué iba a encontrarse. Ató un extremo de la soga a una agarradera de hierro que se se encontraba unida al hormigón de la pared, del lado interno de la cámara. El otro extremo lo ató al farol y le hizo  descender con cuidado hasta tocar el suelo de la sala.

- ¿Crees que podrás bajar usando la cuerda? - le preguntó a su hija mirándola con preocupación.

Gemma se encogió de hombros.

- Nunca lo hice pero quiero intentarlo.

- Bien dicho, Pipi.

Erik acomodó las cajas de modo que cubrieran la trampa y, después de darle las indicaciones pertinentes a su princesa, comenzó a descender por la cuerda con lentitud. Sus ojos de fuego inspeccionaban el lugar para asegurarse de que todo estuviera en orden. Sus pies tocaron el suelo y le dio la señal a su hija, que se apresuró a descender. Bajó con rapidez, entre risas nerviosas.

- ¡Baja la voz, niña! Nos van a oír - advirtió él.

Llegó a su lado con una sonrisa enorme. Nunca había hecho nada tan emocionante como eso que ahora estaba sucediendo. Gemma desató el farol y lo tomó. Se fue acercando a cada uno de los espejos, se contempló a sí misma en aquél lugar tan extraño, lleno de mugre y telarañas. Su vestido había pasado del bonito y puro color blanco a la gama de los marrones de la cantidad de tierra que tenía encima. Incluso algunas partes estaban hechas jirones de tela, como el saquito de encaje.

- Enciende la cámara - le pidió a su padre - Quiero ver qué se siente.

Erik negó con la cabeza. Fue a apretar el pequeño botón para abrir la entrada secreta y, tomando a su hija de la muñeca, entraron en la casa del lago. Aparecieron en la habitación que antaño ocuparon Christine y Madeleine.

Había ratas allí. Lo supieron porque la ropa de cama y el colchón aparecía carcomido. Gemma se quedó junto a su padre. No quería moverse porque tenía miedo de hacer ruido y que miles de ratas de todos los colores y tamaños salieran a atacarles. Sin embargo, algo tirado en el suelo llamó su atención. Se acercó con lentitud y lo levantó. Era un pequeño saco de tela, debajo estaban dos figuras de madera dispuestas sobre una tablita.

- La bolsa de la vida y la muerte - explicó Erik acercándose a ella.

- ¿Por qué le ponías nombres extraños a todo? Esto no es más que una bolsita de tela - lo molestó riéndose. Su padre se encogió de hombros.

- Pues porque se suponía que era un monstruo y debía verme enigmático y aterrador. Además, ¿no suena mejor que "la bolsita púrpura que tiene las llaves de la casa del lago que está en la Ópera"?

Ella se rió con ganas, meneando la cabeza. Dejó el farol apoyado en la cómoda y tomó la tabla con las figuras de madera. Las examinó con cuidado, ante la luz del farol. Una era un escorpión muy finamente tallado y la otra, una langosta.

- ¿Qué pasa si giro la langosta? - preguntó ella mirando a su padre con emoción - ¿Explotará todo?

- No lo sé... Inténtalo - le dijo él acercándose a su espalda.

Con una mano temblorosa, Gemma tomó la langosta. Aún no la había girado cuando...

- ¡BOOM!

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