Mi rosa marchita (Diario de Madeleine)

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Sólo quiero irme a dormir. Necesito cerrar los ojos y soñar que soy otra o no soñar nada.

La noche apenas comienza y yo ya estoy cansada. Dos hombres vinieron y tomaron de mi alma y mi cuerpo todo lo que quisieron, todo lo que necesitaban. Se fueron dejándome más vacía que antes, si es que puede eso ser posible. Y yo les besé los labios con una sonrisa y les pedí que volvieran pronto...

Mi vida es así. ¿Cuántos hombres faltan? ¿Cuántas horas quedan? No lo sé. Mi único alivio es que hoy no es "noche de negocios" como dice Alice cada vez que hay que... Matar.

Odio eso.

¡Dios mío!

Otro hombre acaba de pasar por aquí y ha recibido el mismo trato que los otros. Y yo me siento aún más vacía, aún más desesperada. Tengo un miedo muy pesado y no sé a qué. Sólo sé que ahí en mi corazón, donde había presión y dolor, ya no hay nada porque estoy muy cansada para sentir algo similar al dolor. Tengo el cuerpo cansado y el alma herida, marchita como los pétalos de la rosa que me regaló Gustave antes de partir.

Gustave no volverá. Gustave murió en esa batalla.

Gustave no fue el único soldado que murió allí. No... Cientos cayeron a su lado.

Aquí en París murió mi esperanza al saber de tu muerte, Gustave. Perdí todas las posibilidades de salir de este maldito chiquero, ahora sólo me queda seguir vendiéndome pero sé muy bien que, a medida que pase el tiempo, el pago será menor y los clientes disminuirán.

Y yo me marchitaré como la rosa. Me pudriré en este maldito cuarto hasta que llegue el día en que sea una vieja sin dientes y deba vivir de la limosna.

Lo peor de todo, lo que más me duele es esta frialdad, esta insensibilidad. Siempre he visto en Gustave una oportunidad y no un hombre al que amar. Siempre te vi como si fueses una buena verdura y yo una mujer sin dinero. Es extraño y estúpido a la vez, porque bien felices podríamos haber sido si yo hubiera aceptado pero no lo hice porque no podía, porque tú eres un hombre maravilloso y yo soy escoria.

No merecías una mujer como yo, Gustave. Tú necesitabas a una señorita de buen ver, con un lindo vestido y el cabello bien arreglado, una mujercita capaz de desvivirse por ti. Eso merecías.

Te usé lo más que pude. Me encantaron todas las joyas que me regalaste y ten por seguro que pronto comenzaré a venderlas...

¡Dios! Soy una basura, la peor de tus hijas, la más desobediente e ingrata. Yo sé que no merezco nada ni tengo derecho a pedirte siquiera un poco de agua pero... Por favor que las horas pasen más rápido esta noche, que los hombres sean menos esta noche. Es que esa cuerda que está allá luce encantadora, sensual.

La cuerda es como la serpiente del Edén y yo soy Eva...

Iré hasta ella y me refugiaré en su poderoso apretón si alguien más entra por esa puerta, me voy a quitar la vida si alguien más osa tocar mi cuerpo esta noche. Mañana me parecerá extraño, una locura esto que escribo ahora.

Hoy es real. Lo voy a hacer, me voy a ahorcar. Voy a terminar con este vacío, con la maldad que vive en mí. Quizá el infierno no resulte tan diferente de mi vida terrenal. Quizá el diablo no sea más que mi padre ebrio y me reciba con alegría, quizá hasta me pida perdón por habernos echado de casa a mí y a mi hermana, quizá me de el abrazo que nunca fue capaz de darme...

Acaban de golpear la puerta. Es Marie, dice que ya cumplí, que ya puedo irme a dormir.

Quizá mañana esa cuerda y yo tengamos una charla o quizá no. Siempre fui muy cobarde para hacerlo...

Me vestí rápido y salí de ahí, tapándome los oídos para no escuchar todo este maldito ruido infernal, esta melodía morbosa y acompasada por la que los vecinos siempre se están quejando.

Llegué a la calle con lágrimas en los ojos y corrí hasta el río. Me escondí entre los matorrales y las sombras, echándome a llorar con tal amargura que creí que no sería capaz de volver a levantarme.

De pronto comencé a oír un rumor extraño, como una música lejana. Parecía que un hombre estaba cantando muy lejos porque su voz me llegaba entre susurros. Seguro que era en la casa de alguien con dinero, alguna pequeña fiesta. Esa voz era adorable y tierna, tanto que dejé de llorar y me levanté de allí. Sacudí la falda de mi vestido y volví caminando lentamente hacia mi casa.

Ahora ya no sentía tanto dolor en el alma sino que empezaba a ser consciente del dolor de mi cuerpo y del baño relajante que necesitaba. Tomaría "prestadas" las sales de baño de Alice y luego me iría a dormir.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora