Visitas 2 (Diario de Madeleine)

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Una manito tocó mi hombro, desparramando los rizos que estaban sobre él. Levanté el rostro lleno de lágrimas y vi a Gemma frente a mí, me miraba asustada. Yo estaba en un rincón, escondida tras el sillón llorando. Abrazaba mis rodillas y todo mi regazo estaba mojado con mis lágrimas.

No tenías que verme así, Gemma. Tú, que eres lo más bello que tengo en mi vida...

- ¿Qué sucede, cielo? - pregunté esbozando una sonrisa.

- ¿Por qué lloras así? - sus ojos también se llenaron de lágrimas, lágrimas de miedo - ¿Estás bien?

Extendí mis piernas en el suelo y tomé sus manos, la senté en mi falda y la abracé muy fuerte. Sus manos se aferraron a mi cuello y yo volví a llorar.

Lloré porque sé lo que son los hermanos, conozco el valor que tienen, lo mucho que ayudan a uno. Un hermano es un fragmento tuyo en otro cuerpo. Un hermano es como un lunar o una cicatriz: al principio te molestan pero luego comprendes que tú no serías el mismo si no llevaras esa marca en tu piel.

Los hermanos son como el alcohol: al principio no te agrada, quizá hasta lo evitas. Al tiempo comprendes que lo necesitas y no puedes vivir sin eso. Más adelante serás consciente de que el mundo adquiere mejores colores, otras formas más agradables cuando estás bajo sus efectos. Y también sabrás que puedes morir por su causa, pero no importa.

Y yo no puedo darle hermanos a mi hija. ¿Por qué? ¿Acaso he sido tan mala madre y es por eso no me permites traer otro hijo al mundo? ¿Por qué? ¡Oh, injusto destino!

- Perdón... Perdóname... - susurré apretando más fuerte su cuerpito contra el mío.

Alice estuvo conmigo desde que se enteró de lo que sucedió. Estuvo conmigo brindándome su apoyo, su cariño. Hablamos sobre cosas que un marido no puede referirte. Esa es la importancia de los hermanos: siempre están en los peores momentos. Alice me levantó todas las veces que me caí y aceptó mis disculpas cuando le pedía perdón después de decirle o hacerle cosas malas.

En las frías noches parisinas, cuando llevaba esas ropas reveladoras, Alice estaba atenta. Me protegía tanto como podía de los tipos asquerosos que se creían más listos que nosotras...

- ¿A dónde fue papá? - preguntó Gemma con voz suave.

Me quedé callada. No entendía a Erik. ¿Por qué se iba así? Al parecer estaba celoso... No lo sé. Preferí no pensar en eso.

- Papá fue a casa de Michel - murmuré. Levanté su rostro de mi pecho y la hice mirarme a los ojos - ¿Quieres ayudarme a hacer la cena?

Negó con la cabeza frunciendo el ceño. Sonreí y besé su frente. Era tan tierna.

- ¿Quieres un chocolate? - le pregunté mientras nos levantábamos del piso.

- Sí, si quiero.

- Pues ya sabes lo que debes hacer.

Suspiró asintiendo y comenzó a cantar una de mis canciones favoritas.

Cenamos y luego la llevé a la cama. Me acosté pero no lograba dormirme, no podía dejar de dar vueltas en mi cama vacía. Me levanté en camisón, me envolví en una bata y salí al patio. Di una vuelta alrededor de la casa y caminé con sigilo hacia el establo creyendo que Erik quizá se hallaba ahí. Después fui hasta el arroyo pero tampoco le encontré, sin duda era cierto todo eso y estaba con el marido de Sonia emborrachándose.

Entré en la casa. Estaba cerrando la puerta cuando algo toco mi cintura. Me giré y grité porque había una niña de pie en el pasillo oscuro...

Tardé en darme cuenta de que esa niña era mi hija y no un fantasma.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora