Desconsuelo (Diario de Madeleine)

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- Madeleine, tienes que comer algo... Por favor.

Murmuró Erik sentado en la cama a mi lado. Yo ya no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para discutir con él.

- ¿Dónde está Gemma? - susurré débilmente. Sentía la garganta seca y los ojos me ardían de tanto llorar.

- La dejé con Sonia... No quiero que te vea así.

Cerré los ojos y volví a llorar.

¿Por qué?

- No la alejes de mí, por favor te lo pido, es todo lo que tengo - gemí cubriendo mi rostro con las manos. Acarició mi espalda con cariño.

- Yo no la he alejado de ti, es sólo que no puede verte así. ¿Sabes cómo se sentiría? La destrozaría. Está con Sonia, la cuidarán bien, jugará con Michel todo lo que quiera y podrás verla cuando dejes de llorar...

- ¡¿Cómo me pides que deje de llorar?!

- Madeleine...

- ¡NO TIENES IDEA DEL DOLOR QUE SIENTO! Preferiría estar muerta...

- A mí también me duele pero...

- ¡PERO NADA! ¡TÚ NO LO TUVISTE EN TU VIENTRE POR SEIS MESES! ¡Es más mío que tuyo! ¡Yo lo... lo maté!

Comencé a llorar otra vez. No hay consuelo para mí.

- No lo mataste - susurró Erik con la voz quebrada - No es tu culpa, no es culpa de nadie.

- ¡Déjame sola! No quiero verte ni oír tus estupideces que no me sirven ni de consuelo.

- Madeleine...

Me senté en la cama y comencé a golpearlo con los puños cerrados en el pecho. Él quiso abrazarme pero yo lo empujé. Me tomó las manos y lo mordí. No sé de dónde diablos saqué la fuerza y lo eché afuera del cuarto, cerrando la puerta tras él. Miré mi cama, las sábanas ensangrentadas, yo también tenía sangre en las piernas. El doctor dijo que tuve suerte porque, con tanta sangre perdida, podría haberme muerto.

- No tuve suerte... ¡No tuve suerte! ¡Jamás en la vida! ¿Por qué? ¿Por qué?

*******

Abrí los ojos con dificultad. A mi alrededor, todo estaba revuelto y desordenado.

Supongo que yo, en un ataque de histeria, saqué la ropa de todos los cajones y la esparací por todos lados, supongo que fui yo quien rompió todos los frascos de perfume estrellándolos contra la pared y también supongo que fui yo quien le dio puñetazos a los vidrios de la ventana hasta romperlos y por eso brilla la sangre escarlata en ellos.

Un agudo pinchazo en mis pies me hizo retorcerme de dolor. Quité las mantas que me cubrían y recién ahí fui consciente de que llevaba los pies vendados, al igual que las manos. La sangre ya no estaba en mis piernas y las sábanas sobre las cuales estaba acostada se veían limpias.

- ¡Erik! - grité empezando a llorar otra vez.

Erik llegó corriendo y yo estiré mis brazos hacia él. Me abrazó con fuerza mientras masajeaba mi espalda.

- ¿Qué hice? ¿Qué pasó? ¿Qué hice?

- Nada, mi reina - susurró con la voz un tanto extraña. Llevaba la máscara puesta - Esto no tiene importancia.

- No quiero estar aquí, Erik - susurré cerrando los ojos - Odio estar aquí, sácame de aquí, por favor, Erik, no quiero estar aquí.

Me levantó entre sus brazos y me cargó mientras yo escondía mi mirada en su pecho. Me llevó hasta nuestro cuarto de huéspedes y allí me dejó, sentada en la pequeña cama, entre todas esas porquerías que guardábamos.

- ¿Y Gemma? - pregunté mientras me cubría con las mantas - ¿Dónde está Gemma? Quiero ver a Gemma, por favor, trae a Gemma... ¿Dónde está? ¡Gemma! ¡Gemma!

- Shhhh... Tranquila, mujer. Primero comerás algo y después verás a Gemma.

- No - susurré. Me cubrí hasta la cabeza con las mantas - ¡Es mi hija! ¿Por qué la alejas de mí? ¡Es mía! ¿Dónde está?

- Cuando te calmes la verás... ¿Quieres asustarla? Cállate, come algo y yo la traeré.

Me enfurecí otra vez. Me destapé, tomé un coso que estaba de adorno en la mesita de noche y se lo lancé.

- ¡Monstruo! ¡Todo esto es tu culpa! ¡Lo haces a propósito para quedarte con Gemma! ¡Me la quieres quitar! ¡Quieres alejarla de mí para que te ame a ti y a nadie más! ¡Eres un monstruo! ¡Alejate de mí, maldita cosa horrible!

Se fue dando un portazo.

Entre sueños, alcancé a escuchar su llanto, esos alaridos terribles que lanza. Me desperté y lo busqué con la mirada, estaba muy mareada y todo daba vueltas. En medio de la oscuridad, encontré sus ojos que llameaban. Caminé hacia ellos, con los pies adoloridos. Acaricié su rostro, estaba sentado en el suelo así que me arrodillé frente a él.

- Perdón - susurré besando sus labios.

Se dejó hacer. No entiendo porqué esa noche le hice el amor. Al otro día me sentí sucia y volví a odiarlo.

- ¡Es tu culpa! ¡Tú quisiste tener otro hijo! - tomé el platito de porcelana que me trajo con el sándwich y se lo lancé. No le pegó, nunca le pegué con nada de lo que le lancé.

- No puedes culparme a mí, imbécil - contestó con frialdad - No puedes culparme a mí por las fallas de tu cuerpo, Madeleine.

Eso me dejó muda de horror. ¿Me estaba culpando a mí?

- ¿Es mi culpa?

- No, claro que no - dijo automáticamente - Lo siento, no quise decir eso.

Empecé a llorar otra vez. Me levanté de la cama y salí corriendo. Crucé todo el patio y me metí en el bosque. Erik me tomó por el brazo pero yo le pegué en la cara así que él me empujó al suelo.

- ¡Déjame!

Me tomó las manos y me levantó con fuerza. Yo me removía intentando que me suelte, le dije tantos insultos que ya ni los recuerdo. Entonces él me soltó.

- ¿Qué harás ahora? ¿Huirás otra vez? - me gritó.

- ¡No te importa!

Me di la vuelta y él aprovechó para inyectarme algo. Lo sé porque sentí el pinchazo de una aguja en mi hombro y, al voltear, vi la jeringuilla que tenía en la mano.

- ¡Miserable! - le grité.

Corrí hasta que mis piernas se adormecieron y me caí de cara al suelo, golpeándome con unas rocas. Creo que me desmayé, no sé si por el golpe o por la inyección.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora