Capítulo 11: De tazas y manteles

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El ruido de caballos en la acera lo despertó asustado.

Se había dormido entre los cuadernos de su amada Madeleine y comprendió con terror que Gemma podría entrar en cualquier momento. Podría, incluso, estar subiendo las escaleras en ese preciso instante.

Pero... ¿Cuánto durmió? ¿Qué hora era? ¡No tenía tiempo para eso!

Juntó todos los cuadernos con rapidez y desesperación, los guardó en el cofre (ese de pino de mala calidad, el cual sentía como obligación averiguar su procedencia) y les dedicó una mirada llenaa de emociones que cargaba la promesa de un pronto reencuentro.

Le quitó las arrugas a la cama, acomodando la almohada en su lugar. Salió a la cocina y se preparó un té. De repente sintió ganas de tener una porción de tarta de manzanas como la que hacía su Madeleine para acompañar ese té soso, insípido. Era bueno para el estómago pero muy mal compañero para una noche en soledad.
Erik sintió algo detrás suyo. No pudo precisar qué era pero lo sintió. Se volteó con energía y encontró a Madeleine sentada en la mesa, mirándolo con decepción.

- Ah, claro: el señor se hace té para él solo - se quejó cruzándose de brazos.

- Es que... Es que creí que estabas dormida - respondió con cautela.

No quería hacer nada que pudiera espantarla, ni siquiera era capaz de girarse y tomar la taza humeante que estaba a su espalda. Se sentía como un cazador acechando a un conejo, con la diferencia de que, al final, el cazador sí puede hacerse con el animal...

- Pues estoy despierta - replicó ella con sequedad.

- Madeleine... - se acercó a ella con sigilo y se sentó a su lado - ¿Qué opinas de Marius y Gemma? ¿Te gustaría que se casen?

La rubia sonrió.

- ¿Estás celoso? ¿Temes que ella se quede aquí con Marius?

- Sí - admitió bajando la vista. Ella lo tomó de las mejillas y le hizo mirarla.

- Eres tan tierno... Por eso te amo.

Erik sonrió con lágrimas en los ojos. ¿Cuánto...? ¡Oh, dolorosa verdad! ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que ella se esfume entre sus brazos y vuelva la soledad a acompañarle? ¿Por qué no podía quedarse para siempre con él?

- ¿Por qué lloras? - le preguntó con preocupación al tiempo que acariciaba sus mejillas.

Él no respondió. Sólo se lanzó hacia ella para estrecharla en un abrazo cargado de amor y necesidad. Contrario a lo que esperaba, ella no desapareció sino que también lo abrazó con fuerza, tal como solía hacer.

- Tranquilo - le susurró al oído - Yo estoy contigo... Estoy aquí contigo...

¿Era real? ¿Ella estaba ahí con él? Podía sentir la calidez de esos brazos femeninos aferrados a su espalda y los suaves latidos de aquel dulce corazón. Entonces... ¿Estaba ahí o sonaría el canto de un gallo y lo siguiente que vería sería el techo?

- ¿Quieres té? - le preguntó a Madeleine. Real o no, la tenía en frente y no desperdiciaría el tiempo con preguntas vacías.

- Sí, claro que sí.

Marius y Alain tuvieron la amabilidad de acompañarla caminando hasta el piso de Emile. La noche era perfecta... O lo era para ella porque Marius no dejaba de quejarse del frío y Alain tenía la nariz enrojecida.

- ¿Por qué no pedimos que nos lleven? - se quejó su primo.

- Caminar es bueno para la salud - replicó la muchacha.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora