Capítulo 18: Hora de la verdad

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Emile llegó tembloroso ante la puerta de su piso. Sabía que detrás de ella se escondía la respuestas a sus dudas pero lo cierto es que ahora su alma cobardica no quería hallar ninguna verdad. Además, el hombre enmascarado que poseía todas esas verdades le provocaba cierto temor y desconfianza aunque...

¿Qué? ¿Por qué pensaba esas cosas? Nunca le había gustado aquél tipo al que llamaba tío pero siempre se le iba la lengua cuando le tenía en frente y a veces le contaba cosas de las que luego se arrepentía. Parecía que perdía el dominio de sus ideas y su falsedad en frente de ese hombre y terminaba por ser tan sincero como lo sería un niño pequeño.

Golpeó la puerta con los ojos fuertemente cerrados, apretando los puños hasta sentir cómo se le clavaban las uñas en las palmas. No hubo respuesta, miró el reloj en su muñeca que marcaba las seis en punto, era muy temprano, quizá ese anciano seguía durmiendo.

Se giró dispuesto a volver más tarde pero... ¿Volvería más tarde?

¡Oh, basta Emile D'Azur! ¿Hasta cuándo huirás? ¿Hasta cuándo vas a dudar, pensar, preguntarte cosas? ¡Es hora de tomar una decisión! Es ahora o nunca.

Se llenó los pulmones de aire y en un rápido movimiento extrajo la llave de su bolsillo, giró, abrió la puerta y entró. Se encontró con el desayuno servido sobre la mesa. Desde la cocina apareció su tío Erik, que llevaba tostadas en un platito de porcelana blanca muy fina.

- ¿No sabes tocar? - preguntó el anciano con aspereza, sentándose frente al banquete.

Había allí una taza de café, jugo de frutas, queso, mermelada, pequeñas galletas, un gran trozo de bizcochuelo y las tostadas que acababa de traer desde la cocina. Con esa cantidad de comida podría haber alimentado a tres personas pero sólo había una taza ahí.

- Toque y nadie contestó - explicó Emile.

Erik bebió un poco de jugo y asintió como aprobando su sabor.

- Entiendo que sea tu casa pero aún así no debes entrar si no te doy permiso... Te puedes sentar - le dijo y luego mordió una tostada.

Emile obedeció. ¿Dónde estaba su coraje?

- Escucha, tío Erik... Tenemos que hablar - murmuró.

El otro negó con la cabeza de manera enérgica. Bebió un poco de café.

- Déjalo para después de mi desayuno. ¿Desayunaste? Quedó café en la cocina.
Suspiró. Tenía hambre, de hecho iba a pedirle una de las galletas pero su orgullo no se lo permitía.

¿Orgullo?

Se dirigió a la cocina y llenó una taza con café. Ambos compartieron el desayuno en silencio, Emile se estaba arrepintiendo de aquella situación y buscaba en su mente la manera de hallar una buena excusa para explicar la intromisión y sus palabras.

Erik no dejó de observar a su sobrino político en ningún momento. Supuso que había llegado el día en que debería confesarle todo lo que sabía pero... ¿Hasta dónde debía decir? Claro que no le contaría sobre el siniestro pasado de Alice, no, eso sería algo muy bajo y cruel. Sería mejor ir despacio y ver cuánto suponía o sabía para luego armar un relato levemente cercano a la verdad.

- ¿Y bien? - preguntó Erik haciendo a un lado la taza y los platitos con restos de comida.

- Bueno, yo... - Emile parpadeó lentamente. Ya no se sentía valiente - Yo necesito saber cosas sobre Marius Fontaine. Él era mi tío y desapareció de un momento a otro, ¿sabe? Quizá Madeleine le haya hablado de él...

Dijo todo eso rápido, como si se hubiera liberado de un gran peso. Erik lo miró fijo al tiempo que se acariciaba el mentón por sobre la máscara. Se inclinó sobre la mesa y entrelazó los dedos de las manos.

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora