Mamushkas (Diario de Madeleine)

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- Erik... ¡Oh, Erik! - lo llamé con voz cantarina mientras me acercaba a la habitación.

- ¿Qué quieres? - preguntó mientras se abotonaba la camisa.

Me acerqué a él y la desabotoné mientras lo besaba en los labios. Lo miré sonriente.

- Quería saber si aún te resisten los huesos, viejo.

Erik me tomó de la cintura y me acercó más a su cuerpo.

- Claro que me resisten...

Comencé a reírme.

- No me refería a eso.

Lo empujé y cayó sentado sobre la cama. Me senté sobre él colocando mis piernas a sus costados. Lo miré con una sonrisa de lujuria mientras su mirada permanecía fija en mis ojos.

- ¿A qué te referías? - preguntó con una voz que me removió el cuerpo por completo.

- Es que... Es que Sonia necesita ayuda para mover unos muebles de lugar.

Resopló mirándome aburrido.

- ¿Y para qué tiene hijos y marido la Marchand?

- ¡Se fueron de caza! - contesté levantándome - ¡Sólo están con ella Michel y Remi! Te lo dije ayer... ¿Ves que no me escuchas?

Erik se levantó y me hizo retroceder. Me miraba enojado y comenzó a abrocharse la camisa otra vez.

- Pues que espere hasta su regreso. Los muebles no se van a ir a ningún lado.

- Es que prometió que me regalaría algunas cosas cuando cambiara todo de lugar - expliqué con paciencia.

- Tú no necesitas las cosas viejas de una gitana, yo te compraré lo que desees.

Besó mi mejilla y salió del cuarto. Lo abracé por la espalda y volví a meterlo en la habitación.

- Ya... Déjame que debo despertar a Gemma para su clase de piano - pidió con enojo tratando de quitar mis manos de su cuerpo.

- No, no te irás. Te quedarás aquí encerrado conmigo hasta que digas que sí.

Se rió muy fuerte y logró separarse de mí. Giró a verme.

- Nunca lo lograrías...

- ¿Tú crees? Te aseguro que puedo tenerte en menos de cinco minutos diciendo "oh, sí, Madeleine, sí" - contesté imitando su voz. Sus mejillas se tornaron rojas.

- No te creo... Inténtalo.

Me mordí el labio con una sonrisa burlista. Me crucé de brazos y salí del cuarto moviendo las caderas.

- No, cambié de opinión. Ni Sonia ni yo necesitamos tu ayuda, somos dos mujeres fuertes.

- Pues tú te lo pierdes, muñeca - murmuró pasando por mi lado. Lo agarré de la manga y tironeé de ella.

- No me llames así - le advertí. Se giró hacia mí y me hizo retroceder hasta pegar la espalda contra la pared. Lo miré expectante.

- ¿O qué? - desafió. Apoyó sus mano a ambos lados de mi cabeza, dejándome atrapada.

- O la vas a pasar muy mal, fantasmón - la voz me tembló.

Me sostuvo la mirada unos minutos y luego recorrió mi cuello rozándolo con su rostro. Mis manos se aferraron a su espalda mientras suspiraba pesadamente. Ese ligero roce hacía despertar en mí tantas cosas que no podía creerlo. Me hacía sentir muy deseada con tan poco...

Lo que fue #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora