Gemma entró en el comedor y encontró a su padre con el desayuno preparado. La verdad es que ella hubiera preferido seguir durmiendo pero su padre tenía la maldita costumbre de llamarla temprano, muy temprano.
Observó las croissants sobre la mesa y frunció el ceño.
- Padre... ¿Desde cuando te gustan las croissants?
Erik la miró sonriente.
- Desde siempre. Sólo que tu madre las hacía mal y por eso yo le decía que no hiciera, que no me gustan.
- Oh.
Se sentó en frente suyo y comenzó a comer con desánimo. Estaba en uno de esos días en que todo le importaba muy poco y no tenía ganas de hacer nada. Desafortunadamente, los D'Azur la invitaron a almorzar con ellos. De pronto, mientras se quemaba la garganta con el café hirviendo, algo acudió a su mente.
- Entonces... ¿Le mentías a mamá?
Erik se quedó mirándola en silencio. Conocía esas pequeñas trampas y sabía que todo dependía de su respuesta. Si la respuesta no le agradaba, habría una pelea. ¿Por qué su hija se empecinaba en comportarse como su madre? ¿Por qué no podía sólo copiar los buenos ejemplos? O quizá todas las mujeres actuaban así. Sí, quizá...
- Sí - respondió luego de un considerable silencio - Sí le mentía... Muchas veces fue para no lastimarla y otras lo hice por nuestra conveniencia.
- ¿Por nuestra conveniencia? - preguntó levantando levemente el tono de voz.
Erik suspiró.
- Claro, como cuando te regalé a Calibria. Tu madre nunca lo hubiera permitido así que la compré sin decirle nada.
Gemma asintió en silencio. Sabía que su madre tenía cierta aversión por los caballos pero no comprendía porqué. En sus diarios no decía nada sobre ese asunto. Algo la distrajo de sus pensamientos.
- Papá... ¿No crees que es mucha mermelada para ese pan?
- Una vida sin mermelada no es vida.
Y se comió el pan. Gemma miró por la ventana con impaciencia. Sólo alcanzaba a ver el cielo desde donde estaba sentada. Comenzó a pensar en que dentro de varias horas debería ir a vestirse y prepararse para el almuerzo pero no contaba con los ánimos ni la energía necesaria y eso la hizo suspirar de forma pesada. No había dormido bien y de sólo pensar en las voces de todos charlando a los gritos y el ruido de los cubiertos en los platos sentía ganas de gritar y lanzarse por la ventana.
- ¿Sucede algo? - le preguntó preocupado a su princesa. No estaba acostumbrado a verla fruncir el ceño desde tan temprano.
- Los tíos me invitaron a almorzar - murmuró con desgano.
- ¡Creí que adorabas a los D'Azur! - exclamó con una sonrisa de desconcierto - ¿Por qué no quieres ir?
- No sé, papá, no me siento bien. Prefiero quedarme en casa - murmuró con suavidad.
- ¿Qué tienes? ¿Qué sientes? ¿Te has tomado la temperatura? - preguntó alarmado. De pronto recordó que el día anterior su hija anduvo vagando por la ciudad - Seguro fue el sol... ¡Oh! ¡Qué imbécil fui!
Gemma lo miró y tardó unos minutos en comprender su preocupación.
- No, padre, sólo son... asuntos de mujeres, nada de qué preocuparse.
- Está bien, lo entiendo - murmuró sonrojado. Lo cierto es que no entendía muy bien.
- Sólo te pido que me disculpes cuando vengan por mí - agregó ella levantándose de la mesa.
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Lo que fue #2
Genç KurguUn viaje hacia el pasado, volviendo sobre esa historia llena de mentiras, oscuridad y amores... Segunda parte de "Lo que digas" Gemma está dispuesta a recorrer todos los sitios que fueron tan importantes en la historia de sus padres. Pero, en ese v...