Estábamos juntando las verduras de la huerta para preparar la cena cuando comenzó a llover. No fue una lluvia normal, de esas que empiezan con una leve llovizna y anticipan con truenos. No. Nada de eso.
De un segundo a otro, el cielo se oscureció y comenzó a llover con furia, como si nos estuvieran arrojando baldazos de agua helada.
Erik y yo salimos corriendo con nuestras canastas. Como siempre, yo me tropecé y estuve a punto de tocar el suelo con la nariz pero él me tomó del brazo y me levantó.
- ¡Erik! ¿Cuántas veces más tengo que decirte que quites esas malditas raíces? ¡Siempre me las llevo por delante!
- ¡Mañana lo haré sin falta!
Entramos en casa y dejamos las cosas en la mesa. Mi ropa estaba hecha agua, más mojada que la de Erik. Él se quitó su máscara y me miró sonriente.
- ¿Qué me ves? - le dije mientras sacudía mi cabello.
- Nada es que... Te ves deliciosa toda mojada y despeinada como estás ahora.
Con una sonrisa, caminé hacia él moviendo mucho las caderas y, rodeando su cuello con mis brazos, lo miré fijo a los ojos.
- No me veo deliciosa, yo soy deliciosa - susurré rozando su oído con mis labios. Me abrazó y comenzó a besar mi cuello mientras acariciaba mi espalda pegándome a su cuerpo. Me derretía entre sus manos, era tan sensual que deseaba que me hiciera el amor allí mismo.
- ¡YA TERMINÉ DE BAÑARME MAMÁ! - gritó Gemma entrando en su cuarto.
Me llamaba porque debía ponerle una loción en las ampollas de su espalda para que no le quedasen marcas al sanar.
Suspiré frustrada. Miré a Erik con pena porque quería quedarme con él y ver hasta dónde llegaba.
- Terminaré este trabajo por la noche - me susurró soltándome.
Fui con Gemma y me encargué de su pobrecita espalda. Ella no se quejaba porque para eso ya estaba yo detrás suyo retándola.
- ¡Mira cómo tienes la espalda! ¿Sabes por qué pasa esto? Porque no haces caso. Te dije que no nades en el arroyo y lo primero que haces es nadar en el arroyo. ¿Sabes el tiempo que pasará hasta que esto sane?
- ¿Nunca podré nadar? - preguntó con voz lastimosa.
- Cuando esté nublado y después de las cuatro, tú ya lo sabes, ¿para qué haces que te lo repita? Sabes muy bien cómo cuidarte del sol. ¿Ves que no escuchas? Nunca me escuchas, no sé si te hablo a ti o a la pared.
- ¿Por qué traes tu ropa mojada? - preguntó para cambiar el tema.
- Me mojé porque comenzó a llover cuando juntaba las verduras... ¡Podría estar vistiéndome de no ser por ti y tus ampollas!
- Yo no te pedí que vengas - respondió tan altanera como su padre. Le di un suave golpe en la nuca.
- Valora lo que hago por ti, niñita tonta.
Me cambié de ropa. Estaba peinando mi cabello cuando Erik entró en nuestro cuarto. Traía una taza en la mano y me la tendió.- Ten, reina. Es para que calientes el cuerpo.
- Gracias, querido.
Era chocolate caliente y estaba delicioso. Erik empezó a contarme sobre un chisme que Sonia le contó a su marido y él le contó a Erik. Ahora Erik me contaba a mí. En eso estábamos cuando Gemma tocó la puerta.
- ¡Mamá! Ya dejó de llover, ¿puedo ir a casa de Michel?
- ¡No! - exclamó Erik.
Sentimos los pasos pesados de Gemma alejándose. Siempre pisaba así cuando le negbamos algo.
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Lo que fue #2
Teen FictionUn viaje hacia el pasado, volviendo sobre esa historia llena de mentiras, oscuridad y amores... Segunda parte de "Lo que digas" Gemma está dispuesta a recorrer todos los sitios que fueron tan importantes en la historia de sus padres. Pero, en ese v...