Sonia Marchand me tiró las cartas. Ambas palidecimos al ver la calavera de la muerte frente a mí.
- Hice algo mal, no mezclé bien - dijo rápido, juntando todas las cartas de la mesa con sus manos rollizas que parecían de cerdito.
- Sí, Sonia, ahora me debes tres calabazas de tu huerto por darme semejante susto - le contesté riéndome.
Volvió a mezclar y esta vez salió el diablo. Evitó mirarme.
- Bueno, creo que va en serio... Te puedes quedar las tres calabazas.
Me reí de mi mal chiste mientras tomaba el extraño té que me acababa de servir. Me miró con su rostro gitano arrugado. Seguro fue muy guapa en su juventud... Lo que aún no comprendía era cómo su marido logró robársela de la tribu gitana. Según Erik, eso era algo entre muy difícil e imposible de hacer.
Miles de veces Sonia me contó de su vida pero siempre lograba evadir ese tema.
- Quizás sólo debes prepararte para un gran cambio en tu vida, Maddie, no hay que temer a los cambios.
- Algunos cambios son buenos, es verdad - murmuré pensando en la noche en que Erik me propuso ser Marius. Sonreí ante el recuerdo de sus ágiles manos cortando mi cabello.
- ¡Claro!
Volví a casa caminando muy lentamente. Gemma iba correteando a mi lado diciendo no sé qué sobre Michel pero yo no la escuchaba porque no dejaba de tratar de buscar alguna explicación razonable para aquella tirada de cartas. La verdad era que casi nunca prestaba atención a esas cosas, las veía como simples pasatiempos.
Pero también era verdad que nunca en la vida había recibido cartas como esas.
Una manito tironeó de mi falda obligándome a dejar mis pensamientos para otro momento. Bajé la vista y me encontré con el rostro cansado de mi pequeña niña.
- ¿Qué pasa, cariño? ¿Quieres que mamá te cargue?
Asintió en respuesta y estiró los bracitos hacia mí. La levanté con una sonrisa y la estreché contra mi pecho, ella rodeó mi cuello con sus brazos y apoyó la cabeza en mi hombro suspirando.
- ¡Vaya! Estás muy cansada, jugaste mucho con Michel, ¿verdad?
- Sí. Con Michel y con Paul.
- ¿Quién es Paul?
- El pato. Sergei le regaló un pato gris con marrón a Michel y el pato corre atrás de él diciendo "cuak-cuak" - me contó riéndose.
- Cuak-cuak - repetí con voz nasal.
Acaricié su cabello sedoso y la apreté más contra mi pecho. No existe una sensación más hermosa que escuchar la risa de tu niña mientras la llevas cargando hacia casa, en donde espera tu marido.
- Pipi... Cuando llegue a casa te prepararé galletas de chocolate.
- Con mermelada.
- ¿Con mermelada?
- Y con queso y con...
- No te pases, sólo dije galletas de chocolate. Además, ¿para qué necesitas mermelada? Las galletas ya tienen sabor, no son como el pan que no sabe a nada.
- Papá le pone mermelada a todo - observó con un bostezo.
No pude objetar nada contra esa verdad. Mi princesa era muy inteligente y astuta. La miré y ya se había quedado dormida. Se veía tan dulce como un pequeño Ángel y sonreí mirándola pero recordé las dos malditas cartas que la Marchand me tiró y un temor a lo incierto me invadió por completo.
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Lo que fue #2
Teen FictionUn viaje hacia el pasado, volviendo sobre esa historia llena de mentiras, oscuridad y amores... Segunda parte de "Lo que digas" Gemma está dispuesta a recorrer todos los sitios que fueron tan importantes en la historia de sus padres. Pero, en ese v...