Capítulo 4

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Apestas.

¡Sasuke le había dicho que apestaba!

Naruto se hundió más en la bañera, hasta que el agua le rozó las orejas. Aún las tenía rojas de vergüenza y seguía oyendo las risas de los guerreros cuando le vieron irse del patio de armas como un gatito asustado.

Sasuke le había humillado. No sólo con palabras, sino también con su comportamiento. Le había hecho quedar como un inepto y él había cometido el pecado mortal de distraerse en medio de un entrenamiento.

Naruto sabía perfectamente que no era ningún idiota.

Tenía mucha práctica manejando la espada y, sin embargo, en cuanto notó la presencia de Sasuke perdió la capacidad de razonar y se convirtió en un idiota tartamudo que jugaba a cosas de hombres.

Estaba tan furioso consigo mismo que apenas podía contenerse.

Alguien llamó a la puerta.

Naruto frunció el ceño y se hundió tanto en el agua que sólo se le veían la nariz y los ojos. Segundos más tarde, se abrió la puerta y Sarada asomó la cabeza.

—Ah, estás aquí. Sasuke ha pensado que quizá necesites ayuda. Quiere que bajes a desayunar dentro de media hora.

—Conque eso quiere, ¿eh? —masculló el doncel.

—Deja que te ayude a lavarte el pelo. Tenemos que darnos prisa si queremos que esté seco en tan poco tiempo. Tienes un pelo precioso. Cuando le da el sol directamente parece oro.

Los halagos de la mujer le animaron un poco.

Naruto sabía que, a diferencia de Deidara, no era ninguna belleza.

Deidara era... Bueno, fuera lo que fuese, era en parte culpa suya. De pequeño habría podido intentar ser más delicado.

Ahora su cuerpo tenía músculos que ningún doncel debería tener.

Tenía los brazos firmes, la cintura estrecha, muslos definidos y un vientre marcado en donde sólo debería haber piel lisa. A decir verdad, tenía los abdominales muy bien marcados.

La única parte de su anatomía que era delicada eran sus curvas y las odiaba.

Sencillamente, no encajaban con el resto de su cuerpo.

Y por eso las cubría con ropas holgadas, para que no le molestasen ni llamasen la atención de los demás.

En una de las pocas ocasiones en que su padre había insistido en que se vistiese como un doncel, cuando los Uzumaki recibieron a unos invitados importantes, se vio obligado a arreglar uno de los kimonos de su madre para disimular las curvas al menos un poco. Al final, resultó que sus esfuerzos no fueron suficientes, y los hombres presentes en aquella cena se pasaron la noche mirándole fijamente y comportándose como unos idiotas.

Los hombres eran unas criaturas ridículas. Veían un buen culo y perdían el cerebro.

Y había uno que a Naruto le daba más miedo que cualquier otro, así que mientras él siguiese creyendo que Naruto poseía el cuerpo rudo de un hombre, no le llamaría la atención y no tendría de qué preocuparse.

—Y bien, ¿vas a pasarte todo el día en la bañera con el agua fría o vas a dejar que te enjabone el pelo y te ayude a prepararte para ir abajo?

Naruto salió de su ensimismamiento y asintió.

Sarada fue a por un cubo de madera que había en el alféizar de la ventana y le indicó que se incorporase y se echase un poquito hacia adelante.

—Vaya, vaya, ¿dónde las tenías escondidas? —le preguntó la mujer, sorprendida, en cuanto salió del agua.

Nunca te enamores de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora