Capítulo 11

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Naruto no vio a su esposo en lo que quedaba de día. Sasuke ni siquiera se presentó a la cena y tuvo que comer solo en el gélido salón.

Odiaba sentirse así, sin saber cuál era su lugar en su propio clan.

Se quedó dentro de la fortaleza, tal como Sasuke se lo había ordenado, pero no porque él lo hubiese dicho, sino porque sencillamente no tenía ni idea de qué hacer o qué decirle a su gente.

La cobardía le atragantó.

La comida que había estado intentando engullir se le quedó atascada en la garganta y a pesar de que lo intentó con todas sus fuerzas, fue incapaz de tragarla.

En su mente, Naruto pasaba de desear que Sasuke hiciese acto de presencia para poder insultarle y recriminarle que le hubiese humillado delante de su pueblo, a querer que se mantuviese lo más lejos posible de él para no tener que volver a verlo nunca más. O al menos hasta que hubiese recuperado el valor y supiese cómo proceder.

Enfadado consigo mismo por ese repentino ataque de timidez, apartó el plato y se levantó de la mesa.

No iba a quedarse allí sentado discutiendo consigo mismo sobre si quería volver a ver o no a su esposo.

Sasuke podía pudrirse en el infierno.

Estaba cansado. Exhausto. Era hora de irse a la cama.

Se mentalizó para pasar frío y abrió la puerta de su dormitorio.

Éste no tenía chimenea, pero tampoco ninguna ventana por la que pudiese colarse el viento.

Cogió dos velas y volvió al salón para encenderlas con una de las antorchas de la pared.

La luz serviría para iluminar sus pequeños aposentos y eliminar un poco la sensación de frío, aunque sólo fuese en apariencia. Unas velas no podían proporcionar calor, pero le levantaban el ánimo y le hacían sentirse más cómodo.

Hacía tanto frío que decidió dejarse la ropa. Lo único que se quitó fueron las botas y luego se concedió el lujo de ponerse las medias de lana que le había tejido Tsunade.

Suspiró al notar cómo el cálido tejido se deslizaba por sus pies. Flexionó los dedos y después se metió bajo las pieles de su cama.

Cerró los ojos de inmediato, pero no se quedó dormido.

Tenía la mente saturada de imágenes de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.

Si era sincero consigo mismo, tenía que reconocer que sentía algo más que nervios. Estaba aterrorizado por su futuro. Por el futuro de su clan.

A pesar de que siempre se había vestido como un hombre y que le gustaba practicar con la espada mientras los demás donceles soñaban con casarse y tener hijos, Naruto también tenía sus propios sueños de doncel.

Soñaba con kimonos bonitos y con que un día un guerrero sin parangón se enamoraría perdidamente de él y se pondría de rodillas para jurarle lealtad y amor eterno.

Sonrió y se acurrucó bajo las sábanas.

Sí, era un sueño precioso.

Su guerrero no sólo le amaría más allá de la razón, sino que aceptaría sus defectos y se sentiría orgulloso de que fuese tan bueno en el campo de batalla. Presumiría ante sus hombres de lo valiente que era su esposo. Un doncel guerrero de belleza y valor incomparables.

Lucharían hombro con hombro y después volverían a la fortaleza donde se pondría los preciosos kimonos que él le habría regalado. Luego le serviría a su esposo una comida deliciosa y tras disfrutar de ésta, se sentarían frente al fuego y beberían un poco antes de retirarse a sus aposentos, donde su esposo le abrazaría y le susurraría palabras de amor.

Nunca te enamores de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora