Capítulo 34

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—Si no me dejas curarte las heridas, morirás, ¿y de qué le servirás entonces a Naruto? —le preguntó Madara, exasperado.

Sasuke lo fulminó con la mirada, hirviendo de frustración.

—Tendrías que estar curando a Naruto. Él es el que te necesita. Si se muere porque estás aquí discutiendo conmigo, te juro que dejaré a Minato viudo.

Su hermano soltó el aliento despacio.

—Si tengo que sentarme encima de ti e ir a buscar a Itachi para que te limpie él las heridas, lo haré. Cuanto antes dejes que te cure, antes iré a ocuparme de Naruto.

Sasuke soltó una maldición.

—¿Tú dejarías que te curase si Minato estuviese tan malherido como Naruto? No, insistirías en que me ocupase primero de él.

—Shisui está con Naruto. Vendrá a buscarme si me necesita. Tiene una herida limpia y tú no. Y algunas ya se te han empezado a infectar. Maldita sea, Sasuke, deja de resistirte y así pronto podrás ir a descansar con Naruto.

Fue esa última frase, la mención de que pronto podría estar con el doncel, la que lo convenció.

Mientras él estaba discutiendo con su hermano Naruto estaba solo y darse cuenta de eso le retorció las entrañas.

Todavía recordaba las duras palabras que le había dicho cuando estaba prisionero y que al principio había pensado lo peor de él.

No quería que Naruto creyera que seguía pensándolo.

—Estás ardiendo —comentó Madara preocupado, cuando Sasuke se tumbó en la cama de uno de los aposentos de la fortaleza—. Te preocupas por tu esposo cuando eres tú el que está peor de los dos.

—Está embarazado —le dijo Sasuke en voz baja—. No sé si lo sabías. Naruto estaba ahí fuera luchando por mi vida con mi hijo en su vientre. Tuvo que cabalgar sin descanso para llegar aquí tan pronto como lo hizo. Por todos los dioses, Madara, tengo ganas de llorar como un bebé.

—Sí, lo sé —asintió su hermano—. Pero Naruto es un doncel muy fuerte. No se rendirá sin resistirse, estoy seguro. Estaba dispuesto a enfrentarse al mismísimo infierno para salvarte, al rey y al país entero si no le ayudábamos. Shisui cabalgó hasta Kumogakure y me entregó sus órdenes como si fuesen las de un general.

—Naruto es único —murmuró Sasuke—. Y yo al principio no supe valorarle como se merecía. Intenté cambiarle y convertirle en el doncel que yo creía que quería.

Madara se rió.

—Me imagino que no te lo permitió.

Sasuke sonrió y soltó una maldición cuando su hermano empezó a limpiarle la herida de la flecha.

—No, no me lo permitió. Es muy decidido. Yo... —se le quebró la voz y fue incapaz de decir las palabras.

No, no iba a decirlas allí.

No quería que las oyera Madara sino Naruto.

No quería decírselas a nadie excepto a él.

Naruto había luchado por oírlas. Las había exigido. E iba a pronunciarlas ante él.

—Háblame de Kumogakure —le pidió a su hermano, respirando entre los dientes para contener el dolor.

—Es el lugar más bonito que he visto nunca —le explicó Madara, tranquilo—. La fortaleza lleva en pie un siglo y parece que la hubiesen construido ayer. Los hombres del rey la han conservado bien desde la muerte de Hashirama. El monarca se preocupó de asegurarle el futuro a Minato y su primer hijo. Ryu ha recibido un increíble legado.

Nunca te enamores de un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora