Capitulo 43: La última pelea.

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No hay tiempo de lamentos, el tiempo nunca olvida ni las promesas de hacer justicia

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No hay tiempo de lamentos, el tiempo nunca olvida ni las promesas de hacer justicia.

Cuarenta minutos antes...

—No tengo nada que perdonar, tú también eras inocente en medio de tanto caos... Gracias a ti, Aneska.

Génesis se apartó del cuerpo inerte y con un suspiró siguió su camino sin mirar atrás. No esperaría a nadie para cumplir su venganza, no querían que la mirasen como lo que es: un arma, el futuro del nuevo orden según su padre; alguien capaz de tener el control total de todas sus habilidades sin tener que mutar en un ser grotesco sin razonamiento. Ya no tenía miedo a morir pues su hijo estaría en buenas manos, había podido ser capaz de amar y conocía sus orígenes, no había nada que temer... ya no.

Adentrándose cada vez más en los pasillos sin iluminación, sintió la presencia de varios zombis en busca de saciar su feroz apetito. Levantó una ceja fastidiada de aquellas trampas, Ian la subestimó desde que hablaron por primera vez y ahora lo hacía de nuevo al ponerle a los zombis lentos y balbuceantes.

—No tengo tiempo para estos jueguitos —dijo con voz impostada.

Con cada paso que daba era una cabeza rodando por el suelo. No se molestó en desenfundar su arma para acabar con ellos, no lo merecían. Usaba sus manos para partir sus cabezas, o, para quitarles algún miembro que afectará su movilidad y la dejarán en paz.

—Sé que tienes ojos y oídos en todos los rincones —exclamó lo suficientemente alto para hacerse escuchar; al mismo tiempo que sentía la presencia de otros seres igual de repugnantes—: está vez he venido por cuenta propia a donde tú estás. Por primera vez no ha sido tú, así que, ¡sal de tu puto escondite, te estoy esperando!

Dos lickers aullaron al escucharla, provocando una sonrisa ladina en el rostro de la mujer para después decir: —Está bien, ¿quieres jugar? ¡Pues juguemos!

Invadiendo las defectuosas mentes de los seres sin piel se dirigió al único lugar donde había una tenue iluminación. Al entrar, una gran puerta metálica se cerró y una incandescente luz la cegó por unos segundos. Una risa burlona atacó sus tímpanos, recordándole aquellos meses en confinamiento, pero no mostró signos de haber perturbado su tranquilidad emocional.

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