•Ridiculez•

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Martes, 8 de enero
11:52 a.m.

Narradora POV

Las turbinas se encendieron, causando un ruido riguroso que, junto al temblor que este mismo causaba, terminaron por aterrar a la rubia. Apretó con sus manos el reposabrazos, e irguió su postura ahora más que rígida mientras se replanteaba una y otra vez la locura que estaba por cometer.

«Buenos días, queridos pasajeros con destino a Italia. Por favor, abróchense sus cinturones; el avión está por despegar».

El cinturón de Rin hacía minutos que estaba puesto; era la primera vez que se subía en una aeronave y, vaya, jamás pensó que sería en unas condiciones así.

¿Cómo había llegado a tal situación? Por más que lo reconsiderase, ahora solo le parecía la idea más absurda, abrupta y ridícula que jamás había hecho en su vida.

El avión comenzó a temblar con más fuerza, y Rin, sin siquiera haber arrancado, ya sentía sus vísceras revolcándose en el estómago, con el oxígeno todo entrecortado y la vista algo brumosa.

Por donde quiera que lo viese, esto era una idiotez.

Maldijo el momento en el que los sentimientos le nublaron los sentidos, maldijo gastar su pobreza en una locura como esta, maldijo habérsele siquiera ocurrido buscar en internet el precio de los pasajes, maldijo haberle dado click a uno de ellos, y maldijo haber tenido la osadía de presentarse al aeropuerto, de sentarse en un avión destinado al otro jodido continente.

¿¡Pero qué demonios es lo que estoy haciendo?! -pensó alterada, aspirando profundamente en un vano intento de calmarse.

Recostó su espalda del asiento, cediendo un poco su postura, y decidió cerrar sus ojos en opresión. Ya el daño estaba hecho, solo podía llegar a Italia y, de continuar con tal inquietud, si tenía que volverse a Japón, así lo haría.

El avión entonces emprendió su vuelo, causando que la histeria volviera a dominar cada partícula del físico y mente de Rin. Y fue cuando el artilugio se encontraba ya en lo más alto, elevado y enredado entre aquellos pedazos de algodón, que la rubia consiguió algo de calma. Parecía un mundo aparte, y agradeció que su asiento diera acceso a la ventanilla. Hasta el ser más retorcido debía ser conmovido ante la divinidad que frente a sus retinas se hallaba. Todo atiborrado de un tenue y tierno azul, interrumpido por las inmaculadas nubes que tan esponjosas se veían. Era un paisaje bello.

Aplicó sus audífonos en sus oídos, transportándose dulcemente en el mundo de su música ya descargada. Cerró sus ojos, con una casi imperceptible sonrisa escondida en sus labios.

«Mawariha jimeta unmei...» tarareó en un susurro y, sin percatarse, la melodía fue escuchándose cada vez más lejana, difuminándose hasta dejar de escucharse completamente.



Un retintín impetuoso acabó por despertarla, y se sacudió esperanzada de que el ruido acudiera a la llegada al país. Pero no, solo se trataba del carrito de catering, el cual era arrastrado por una azafata. Habían bocadillos y bebidas, y Rin se animó a pedir algo para ella. El viaje sería largo; aún faltaban unas horas. Rin estaba impaciente, quizás porque estar inmóvil por doce horas era exasperante, o quizás también porque, aunque no le gustase admitirlo, estaba ansiosa por ver a Len.



Un repentino tumulto volvió a interrumpir de una siesta a Rin, y desconcertada abrió lentamente sus ojos. Miró a su alrededor, todos los pasajeros en un apogeo. Confundida, cuestionó con su mirada al pasajero próximo a ella.

«¡Que llegamos, carajo!»

Su afirmación logró sacarla de su hechizo somnoliento. Sacudió su cabeza ligeramente, y desesperada desabrochó su cinturón.

¡Aléjate!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora