•Recepcionista•

892 91 61
                                    

Jueves, 8 de noviembre
7:30 a.m.

Rin POV

El estridente sonido de la alarma me avisó de antemano que el día que me esperaba, era del puto asco.

Estiré mi brazo desde abajo de la sábana y alcancé mi teléfono para reventarlo con mi mano. El ruido cesó, y a los cinco minutos, que para mí fueron más bien segundos, volvió a sonar.

Rin- ¡Cállate ya, carajo!

Desarropé mi cuerpo para, con pereza, acabar sentada sobre mi cama. Podría jurar que mi cabeza pesaba más que el poco trasero que tenía, aunque, considerándolo, creo que siempre ha sido así. Pero realmente, me pesaba toneladas.

Rin- ¿Por qué demonios tengo una alarma para los sá-? Ay mierda, ¡hoy es jueves!

Caí de pie al situarme en tiempo y espacio. Era día en semana, así que había trabajo. Y, confirmando mi presentimiento, hoy sería un día de mierda, era jueves después de todo.

Un café por favor, ¡que la resaca lo empeora!



Teto- Buenos días -canturreó la pelirroja y sentí sus buenas vibras atacarme.

Rin- Los tuyos, porque los míos, nada que ver.

Teto- Parece que volviste de la muerte, amargada.

Rin- Precisamente es lo que hice, Teta.

Con su boca abierta en una tremenda 'O' de ofendida, me adentré al almacén. Deberes, rutina, monotonía; eso ofrecía el día de hoy, y lo agradecía. Un día ordinario siendo jueves, es un ofertón.

Al entrar y sentir la peste a polvo atiborrar mis narices, recordé por inercia cuando me encontraba exactamente aquí pero mejor acompañada, usando ambos, Len y yo,  como pretexto el querer refugiarnos del alboroto, cuando lo único que queríamos era un tiempo para estar solos.  En ese momento la peste no me parecía tan molesta.

Joder, Len...

Queriendo desviar mis pensamientos, agarré una caja de libros que se hallaba escondida al final de un estante y la arrastré hasta mí. Sentí mi cara arder por la vergüenza al recordar cierta cosa, y juraría que el agarre a la de cartón, por un momento, fue tembloroso.

Sí, la memoria vino a mí. Esa llamada de ayer me dejó sin dignidad alguna.

Antes de proseguir con mi labor, recurrí a mi bolsillo trasero y saqué mi móvil. A excepción de para apagar la alarma, no me había detenido a mirarle. Con una estúpida esperanza sumamente contradictoria, le eché un vistazo a mis notificaciones. Y digo contradictoria porque es ridículamente irónico que la vergüenza no me permita querer hablar con alguien y, al mismo tiempo, ansiar un texto o una llamada suya.

El que alguna vez dijo que las mujeres son complicadas, cuan sabio es.

Teto- Kamine, ¿tienes la nueva mercancía?

La voz de la pelirroja terminó por sacarme de mi ensimismamiento y, volviendo a mis sentidos tras guardar nuevamente mi móvil en mi bolsillo, respondí.

Rin- Justo ahora la estoy sacando, Kasane.

Coloqué mis manos por debajo de la caja y, de un fuerte impulso, la levanté. Caminé con ella hasta llegar donde Teto, quien se encontraba en el recibidor.

¡Aléjate!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora