Capítulo 44 - El accidente.

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________'s POV

Estábamos realizando la caminata por el bosque, donde el tío nos indicaba—principalmente a los chicos, pues ellos nunca habían venido—las zonas peligrosas, los senderos principales, las frutillas que podemos comer y que no, entre otras cosas. Justo ahora, nos encontramos en camino al río, pues los chicos insistieron en conocerlo en este momento, a pesar de que tenemos planeado ir a nadar en él mañana.

—¡Andrew! ¡Dustin! Dejen de correr o caerán directo al río—reprochó el tío Luca a los dos niños que corrían jugando a las traes.

Al ver que hicieron caso omiso a lo que les dijo, se adelantó a tratar de detenerlos.

Yo caminaba en silencio, un poco más atrás que los demás. Mackenzie y Sidney iban hablando, al igual que Theo y Bradley. Alto, ¿esos dos hablando y riendo? ¿De qué me perdí?

Parpadeé varias veces para saber si mi imaginación no me estaba jugando una broma y en efecto no lo hacía.

—Eh, minion—susurré llamando la atención del castaño, quien al igual que yo iba atrás y callado, y me situé a su lado—, ¿qué rayos pasó con aquellos dos?—moví un poco mi cabeza hacia atrás, apuntando con la nariz a ambos chicos.

—Oh, ellos—soltó disgustado al vez que rodaba los ojos—. Resulta que descubrieron que tienen muchas cosas en común y ahora están de amiguitos—dijo lo último con tono burlón.

Elevé las cejas, estos milagros no pasan ni en La Rosa de Guadalupe. Me sorprende mucho que se traten de llevar bien, pero me alegro que hayan decidido arreglar sus diferencias y amigarse.

Volví a posar mi mirada en Gavin, dándome cuenta que si de sus ojos salieran rayos láser, ya habría exterminado al rubiecito. De pronto algo en mi cabeza hizo clic, provocando que soltara una carcajada que sólo él pudo escuchar, pues los demás estaban tan sumergidos en sus pláticas que ni se inmutaron.

—¿De qué te ríes, oxigenada?—preguntó dirigiéndome una mirada confusa.

—De tus celos—contesté entre risas.

Contrajo su rostro en una mueca—No sé de qué hablas.

—Claro que lo sabes—mordí mi labio inferior para detener mi risa—. Tú estás celoso de Theo porque tiene la atención de tu mejor amigo.

—No digas estupideces, amargada. Jamás, y escucha bien JA-MÁS, estaría celoso de algo así—se cruzó de brazos, echando su cabeza para atrás quitándose un mechón de cabello que caía en su frente.

Reí nuevamente ante su actitud, era un divo.

Negando con la cabeza, divertida, se me ingenió un pequeño juego para hacer que el castaño olvidara sus celos por un rato.

—A que no eres tan valiente de ponerte en la orilla—le reté.

El sendero por el cual transitábamos tenía una parte baja a un lado, en la cual si caías terminarías rodando cuesta abajo.

Él me vió con una ceja alzada, antes de correr a posicionarse con cuidado en el lugar que le indiqué. Se quedó ahí por unos segundos y luego volvió.

—Venga, oxigenada, eso no me asusta—se encogió de hombros—. Ahora tú vé y camina por la orilla.

Le ví con los ojos entrecerrados. Una cosa era quedarse quieto en la orilla, otra era caminar por ella. ¿La diferencia? Unos cuantos huesos rotos.

—Eres muy perverso para ser un minion—le apunté con mi dedo índice—, pero si llego a romperme una pierna, la pagarás muy caro.

Caminé hacia la orilla con el miedo invadiendo mi cuerpo, sin embargo no lo hacía notorio porque no quería quedar como gallina.

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