Pista a ciegas

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Mi cuerpo se estremece y los dedos no me funcionan para teclear, siento frías las piernas y una corriente acaba de arrasar sobre mi piel convirtiéndola de gallina. Trato de ocultar mi temor y me atrevo a preguntar:

—¿A q-qué se está refiriendo? —tartamudeo.

Trevor por su parte repite su gesto vacilante, regresa a su postura recta acomodándose el cuello de la camisa y va en dirección a la salida, pero antes de traspasar la puerta reanuda su visión sobre la mía.

—¿Irás a almorzar con alguien? —su interrogante vuelve a paralizarme, ¿qué le importa exactamente? Asiento diciéndole que probablemente con Axel—. Excelente, pues a partir de hoy lo harás conmigo. Quiero tener una charla de jefe a secretaria y poder hablarte un poco más de mi compañía, quien sabe... podrías conocerla muy a fondo —y cierra la puerta dejándome totalmente muda y desorientada.

Ni si quiera me dio tiempo para responderle o rechazarle su invitación. Sigo con mi labor digiriendo toda esta rara situación que aún sigue martirizándome, cavando en cada oración que terminó mencionando en busca de un sentido. Si, nada de eso lo tenía. ¿Es bueno que una secretaria salga a almorzar con su propio jefe? Dependiendo podría ser, solo hablaríamos de la empresa, ¿no es así? Adicionando a ello, que necesito saber más de ella para desenvolverme y aprender mejor. Sacudo mi cabeza e intento concentrarme, no puedo pensar en su invitación, no puedo pensar en él.

—¿Qué hacemos aquí? —indago, recorriendo visualmente la enorme plaza y sujetando el plato de plástico donde guardo mi comida.

La sorpresa me invadió cuando Trevor tomó la decisión de pedir dos platos de comida china, un restaurante que no quedaba tan lejos de la empresa, y me condujo hasta este punto. No voy a mentir, hasta imaginé degustar dentro de un local de alimentos de cinco estrellas donde y como muchos dueños millonarios lo hacen. Sin embargo, esto es lo antónimo, hasta sin un trabajo podría comprarme este rico manjar que estamos a punto de disfrutar. Esto no es para nada normal.

—En tu currículo hay una frase donde resaltaste en la parte principal un: "Marca la diferencia, crea y disfruta lo nuevo".

—¿Y eso qué tiene que ver? —inquiero, muy ida como si se tratase de explorar un espacio.

—Tiene mucho que ver, pude haberte conducido a un prestigioso restaurante presumiendo indirectamente mi riqueza, sin embargo, no quiero abrumarte llevándote de frente a algo de lo que quizá no estés acostumbrada, quiero que te acomodes de a poco y no me veas como el típico hombre millonario que hasta podría ofrecerte un pase libre a la luna.

Sus palabras me asombran sin darme a responder algo concreto. Mis defensas se niegan a activarse y solo lo observo. ¿Cómo puede cambiar de un momento a otro? Cortés, precavido, atento, gentil, ¿gracioso? Muy contrario al jefe que me visitó esta mañana. Tal vez Javier tenga un claro acercamiento de su actitud, después de todo se conocen y cada uno debe saber del otro.

La conversación se tornó ligera, me comentó un poco de su vida y yo agregué ciertas escenas de la mía. Sin querer entre a cada uno le nació la confianza, nuestras propias bocas hablaban por sí solas sin nuestro consentimiento, sin saber de la verdadera persona y de su realidad que teníamos adelante. Sus padres, encargándose de sus propias vidas y trabajos, lo abandonaron cuando era pequeño y tuvo una infancia regularmente buena; actualmente ama ir a la playa y le encanta las pastas, suele estar solo y pocas veces frecuenta ver a su hermano menor.

Cuando escucho lo último David se me instala en mi cerebro de forma veloz, no puedo rechazarlo, solo llegó como una estrella fugaz. Las ansias de preguntarle quién es ese muchacho no me faltan, pero no quiero ser una entrometida. Ya obtengo mucho con saber su vida personal e íntima, no quiero excavar más allá de lo que no debo.

© CUANDO TE ENCUENTRE (FINALIZADA, Y EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora