Vigilancia

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Despierto ahogando un profundo jadeo en medio de un sudor en grandes proporciones que resbalan por mi piel, inmediatamente me giro y mi miedo aumenta cuando no veo a Javier descansando a mi lado; al frío se le ocurre volverse intenso ocasionando que mi cuerpo tiemble. Mi vista se ubica a la puerta y está abierta, el corazón me da un vuelco. Molesta y preocupada visualizo las sábanas y un alivio me recorre al verlas impecables sin rastros de sangre; de todas formas, las arrimo al suelo para correr escaleras abajo, sin embargo, a penas cruzo el pasillo mi desespero crece al ver la sala en completo silencio y lo peor, vacía.

—¿Javier? —interrogo sin importar si mi voz llega a despertar a mis padres— ¿Estás en el patio? —desciendo la escalera y sin encender las luces de la estancia voy merodeando todo el sitio. No comprendo, si en esa pesadilla Javier era asesinado por ese hombre y que al despertar no lo encontrara me pone los pelos de punta, no hay rastros de él en ninguna parte.

Con la presión bailándome en el pecho salgo al patio y lo resultados son los mismos, suspiro regresando a la sala. Como no le veo de otra subo a las escaleras para coger mi móvil y llamar a la policía, mi preocupación está llegando a extremos; usaría el teléfono de la casa, pero mi madre es muy estricta respecto a realizar llamadas y no quiero que cuando llegue el recibo pregunte cómo es que le han cobrado de más, aunque se tratara de un dólar o diez centavos ella siempre llevaba a sobre pasar los límites de la situación. Al terminar mi ascenso desde aquí escucho la palanca del váter cumplir su función de enviar infinitos chorros de agua al desagüe, sonrío tontamente, siempre estuvo aquí encerrado en el baño. El pavor no me dejó estar atenta del todo.

Es él, saliendo con toda frescura y filtrándose en mi habitación, lo sigo muy despacio. Está apoyado en el borde de la ventana con los brazos cruzados, por lo que me gano de su perfil no trae un buen semblante, parece enojado.

—Ya me encontraste —menciona muy retraído.

Arrugo el puente de mis cejas.

—¿Todo bien? —inquiero intentando acercarme poco a poco, pero mis pasos se paralizan en el aire cuando voltea y me observa.

—Esa pregunta misma debería hacértela —no comprendí a qué se está refiriendo.

—No te entiendo, solo me asusté porque no te vi a mi lado cuando desper...

—Solo fui al baño, Helena —arrastra sus palabras, no muy contento por mi preocupación. ¿Ahora qué tiene?—. ¿Por qué te ves tan asustada?

Este va a mi cama transformando su aspecto al de uno adormilado.

—¡Ya te dije que me asusté porque no te encontré conmigo! —exclamo cansada de sus rodeos.

—¿Es por eso? O es que tuviste una pesadilla —dentro de su seriedad arquea una ceja. Maldición, cuando hacen eso siento que ya fui pillada. En fin, por otra parte, ¿quién no ha pasado por sueños feos que le haya echo despertar en plena noche y a pesar de que ya estén en la vida real siguen percibiendo ese temor o fastidio de no querer dormir para no continuar con el espanto somnoliento?

—Si, si la tuve, ¿algún problema? —interrogo sensata.

—Yo no lo tengo, pero veo que ese tal Elm si te los ocasiona hasta cuando duermes.

—¿Elm? —finjo ignorancia. Demonios— ¿Dije ese nombre?

—Si y varias veces, estabas muy desesperada, te moví para despertarte y seguías aferrándote a la cama, a medida que insistía me dieron ganas de hacer pis y por eso fui al baño —lleva sus manos a espaldas de su cabeza y ladea sus labios con los ojos cerrados—. Descuida, el estrés laboral puede llegar a atarearte hasta en tus sueños, hasta mañana Helena —pasa a hundirse en las mantas y se envuelve tratando de quedarse dormido.

© CUANDO TE ENCUENTRE (FINALIZADA, Y EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora