17.

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"Pero carino, todos somos insanos"


17.






Lux.








Hago girar entre mis dedos el anillo de matrimonio de Rocco y su esposa mientras lo analizo, mi atención no está total en la sortija. Mis intenciones van de la mano con el ruido de la lluvia fuera.

Los relámpagos caen tan al ras de ésta ciudad que iluminan mi rostro. Mis ojos son asaltados por el brillo de éstos y me dejan pensativo.

Mi boca está seca, mi tatuaje pica, mis costillas parecen rostizarse conforme pasa el tiempo. Las gotas de sudor caen desde mi frente y no puedo evitar rascármela, hundiendo mis uñas en ella, soltando el anillo.

―¿Lux? ―la voz somnolienta de la mujer recostada en mi sala me toma por sorpresa―. ¿Estás bien?

Pestañeo, pensando en lo que debe imaginar la mujer, al ver la puerta del refrigerador abierta, con toda la carne de cerdo, que había sacado antes, esparcida en el suelo, a mí alrededor.

Le lanzo una mirada inocente por encima de mi hombro.

Ella se cubre con mi sudadera.

―Dios mío ¿Qué te hizo? ―sus pasos comienzan a acercarse―. ¿Fue Rocco, verdad? ―exige saber.

Me pongo de pies, amenazando su estatura, y desde mi altura, puedo reparar en lo similar que es a Neo. En lo mucho que me la recuerda.

Mis sentidos se ponen alertas cuando escucho el ruido de un auto aproximándose.

Mamá regresó.

―Vete ―pronuncio apenas.

Observo a su silueta, apresurada en recoger su ropa, su bolso y cualquier objeto que pudiese delatar su presencia aquí. Curvo mis cejas, viendo cómo, quien pudo ser mi posible comida, escapa por la puerta lateral de la cocina.

Me agacho, para recoger la sortija, y apenas me pongo erguido, la puerta se abre. Rocco me mira directamente a los ojos, me acribilla con la mirada y su intuición indaga por cada rincón, como si fuese un sabueso olfateando droga.

―¡Amor! ―mi madre se cuelga de mi cuello―. Rocco te ha traído algo ―habla despacio, alejándose de mí.

Rocco me analiza de pies a cabeza, antes de soltar una bolsa plástica de color negro, en frente de mí. Camino dos pasos para asomar mi cabeza sobre la misteriosa bolsa y me acuclillo, hundiendo mi mano en la oscuridad de la bolsa. El interior es viscoso, pegajoso. Frunzo el ceño cuando palpo una pequeña masa bajo mi mano y la empuño, sacándola a mi vista.

Mi entrecejo se enarca al reparar en que, el corazón que descansa en mi mano, es muy pequeño para ser de una persona.

Está caliente aún. Casi... puedo aspirar el olor del alma inocente que sufrió por ésta estupidez.

LUXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora