23.
Lux.
―Y el mar recorrerá los desiertos cuando haga falta, ahogará en abundancia, en perdón a los seres que han sido buenos en tiempos de crisis. El cielo se levantará más de lo que muchos predijeron y nos caerá encima, solo quienes merezcan sobrevivir, sobrevivirán. Los demonios sucumbirán entre las tormentosas olas, que llevarán el mal en sus corrientes... ―mamá lee con absoluta concentración el gran libro en una de sus manos, y con su otra mano, acaricia mi frente.
―¿Qué les pasará a los demonios después? ―pregunto, absorto en la imaginación del texto, visualizando las olas del mar arrasar un desierto lleno de personas con cuernos sobre sus cabezas.
―Arderán, amor. En las llamas del infierno.
―¿Por qué? ―vuelvo a insistir.
―Porque ellos no son como nosotros, no son buenos ―enrolla entre sus dedos mi cabello.
―¿Y por qué nosotros si somos buenos? ―insisto.
―Porque nos vemos igual que ellos, que los buenos.
Abro los ojos de golpe, pero los párpados de éstos se cierran casi al instante. Los sonidos exteriores hacen que mis tímpanos vibren, que me obligue a abrir los ojos para así, poder ver mi habitación, impecable, nítida, sin embargo, conforme mis ojos cansados recorren la estancia, alcanzo a notar que el espejo grande no se encuentra. Pensando en lo que mi mente, vagamente recuerda de la noche anterior, puedo sentir mi pecho pesado al respirar, y por más que me cueste, bajo la vista, hallando la cabellera de Amelia descansando en mi regazo.
Giro con esfuerzo mi cabeza, sintiendo un pinchazo en la vena de mi cuello, por lo que, recorro mi brazo con mi vista hasta, observar, una sonda, absorbiendo toda mi sangre, la cual se filtra hasta un contenedor que yace en los pies de la cama.
Toco, torpemente, mi cuerpo, sin sentir una prenda cubriéndome además de las sábanas y, al instante, junto todo el valor para halar con mi mano libre la sonda encajada en mi brazo, arrancándola de mis venas, la sangre se desparrama en el edredón y las alfombras, pero eso no me detiene al empujar a Amelia lejos de mí, levantarme con mis pies enredados entre sí, tanto, que caigo de rodillas apenas pongo mis pies en el suelo.
―¿Lux? ―gruñe mi... Amelia, a quien regreso a ver. Se encuentra acurrucada en las cobijas mientras mi sangre se riega cómo un grifo de agua desde mi antebrazo sobre la alfombra―. Amor dame unos minutos, te llevaré a la escuela ―dice a la par que choco con las paredes, luchando por llegar a mi armario donde tomo un bóxer, un pantalón y un par de zapatillas. Por suerte, las palabras de la mujer en mi cama se desvanecen en sus sueños, permitiéndome, vestirme cómo puedo, y salir, derribando todo a mi paso, de mi habitación.

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LUX
Gizem / GerilimAmnesia, es lo que me define, aburrimiento, es lo que me reina, y muerte, es lo que grito cuando salgo de caza.