【 Epílogo 】

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El lugar estaba tan oscuro como recordaba. En esta ocasión podía sentir la fría piedra en contacto con mi espalda. No sabía qué lugar era ese, pero algo me decía que no era real, que no existía en ninguna parte. Levanté la mirada y encontré una cortina azul llena de pequeños puntos brillantes, la luna apareció desde atrás de una nube e ilumino escasamente la escena.

Estaba de pie frente a mí, a unos tres metros de distancia, pero aun así era consciente de su mirada retadora. Era alta y delgada, una melena negra le caía hasta la cintura y le cubría parte de la cara, en especial los ojos. Parecía no traer ropa, aunque tampoco podría decir que estuviera desnuda, parecía tener la anatomía algo inestable. Se movía en varias ocasiones y parecía mecerse en el viento frio y desagradable que corría entre nosotras.

Di un paso hacia ella y algo tembló a mis pies. Miré a mí alrededor sin ver nada en especial y regresé rápidamente mi ojo a la chica. Parecía estar estática, no se movía para nada, mantenía una posición desgarbada, que aunque estuviera sin hacer nada, parecía ser peligrosa. Estiré una mano hacia ella y ahogué un grito al ver una niebla negra subir por ella con lentitud. Levanté la vista llena de pánico, el cual aumento cuando ya no encontré a aquella criatura. El humo continuo subiendo y pude sentir una horrible sensación de ardor recorrer mi piel que se encontraba en contacto con ella.

¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude por favor!

Continúe gritando sin ni siquiera abrir la boca. La nube me envolvió y sentí un millón de patitas pequeñas trepar por mi cuerpo, cuando abrí los ojos nuevamente, descubrí una escena aún más aterradora. Una multitud de cucarachas trepaban por mis piernas hacia mi rostro.

¡No, aléjense, déjenme tranquila! ¡Suéltenme!

Algo vibró en mi interior e hizo que temblara logrando que las alimañas se cayeran de mi anatomía, aunque estas volvían a intentar trepar por mis piernas. La escena se repitió una y otra vez, una y otra vez, hasta que perdí la cuenta.

Abrí los ojos sintiéndome asqueada y mareada. Sentía mi cuerpo como espagueti y sin poder controlarlo. Rodé por la superficie de mi cama hasta llegar a la orilla donde me esperaba un balde. Vomite por milésima vez en todo el día, y cuando logré recuperarme, miré al hombre frente a mí.

Habían pasado treinta y siete días desde que mis ojos vieron tan de cerca al que debería llamar padre, pero que en su lugar ordenaba que le dijera Rey. Verlo de nuevo era como recordar un mal sueño, dejaba una sensación extraña en mi estómago. Sus brillantes ojos me miraban con seriedad, tal como siempre lo hacía. Nunca cambiaba esa mirada.

Procurando no lucir tan acabada como me sentía, suficientes humillaciones había pasado frente a él. Limpié mis labios y me acomodé bien bajo las sábanas para cubrir con ellas la venda que cubría parte de mi torso bajo el camisón. Aparté un mechón de cabello, tan digna como fui capaz, y esperé.

—Gracias—mis ojos se concentraron en su rostro y vi la verdad en su mirada—Gracias por salvar a Kirlia

Aquello me tomó con sorpresa, de todo lo que creí que el pudiera decirme nunca me paso por la mente que me agradecería. Las pocas esperanzas que tenía acerca de su bondad de padre se perdieron. Estaba en cama, con un par de cortes en la cara, una venda en las costillas y moretones en los brazos, torso y piernas, y a Dabin solo le importaba Kirlia. Era comprensible, ella era su hija, a ella la vio crecer, la cargó en sus brazos y le dio las buenas noches. Kirlia era su hija, yo no.

Respiré profundo intentando controlar mi expresión, no quería que pensara que eso me afectara, aunque en realidad lo hiciera, pero no quería su pena ni su compasión, no quería su falso cariño.

Atrigeos I : EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora