【 Capítulo 28 】

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El lugar era un completo desierto. Vacío y desolado. Nada había en el lugar que pudiera quitar esa imagen de muerte y devastación, era realmente aterrador. Caminé en silencio y sin poder creer que existiera un lugar así en el mundo, o en cualquier mundo.

Era el vivo retrato de soledad.

El cielo comenzó a volverse oscuro y el viento se hizo más fuerte. Un extraño olor a cenizas y azufre llenó el aire, lastimándome la nariz el proceso y asfixiándome. El viento sopló con fuerza creando una tormenta de polvo que comenzó a girar a mí alrededor. Cerré mis ojos para evitar que el polvo entrara en mis ojos, y bajé hasta el suelo hasta apoyar la frente en el suelo.

¡Erika!

Me incorporé de inmediato al oír aquel grito y sentí como algo se aferraba a mis tobillos y me jalaba hacia el interior de la tierra. Grité lo más que pude en busca de ayuda, pero ese lugar estaba deshabitado, solitario. Nadie podía oírme.

Las manos fueron subiendo por mis pantorrillas hasta llegar a mis muslos, y continuaron jalándome hacia abajo. Mis manos se movieron como locas por la arena en busca de algo de lo cual aferrarme pero no había nada. Estaba a nada de terminar bajo la arena cuando lo sentí. Algo de lo que podía sujetarme. Batallé por alcanzarlo y cuando por fin lo logré, descubrí lo que era. El horrible insecto se giró a verme y abrió su boca mostrando una inmensa cantidad de dientes, y sin poder hacer nada más que gritar, lo vi morder mi mano.

Abrí los ojos completamente aterrada al sentir algo tocarme. Solté un grito y me revolví en la cama para alejarme de lo que sea que estuviera ahí, terminando en el suelo.

—¡Erika!—llamó alterado el chico desde el otro lado de la cama—¿Qué te sucede?—preguntó cuándo se arrodillo a mi lado

Me quedé en shock y sin poder decir nada, el único sonido que salía de mi boca era aquel grito que no lograba detener. Levanté mis manos para asegurarme de que aquel asqueroso insecto no estuviera ahí, pero las lágrimas me impedían ver con claridad. ¿Qué estaba pasando conmigo? Sentía que me faltaba el aire y que la cabeza me explotaría en cualquier momento. Un par de manos me sujetaron el rostro y me obligaron a concentrarme en aquel rostro que por primera vez me alegraba ver.

—¡Erika, ya cállate!—pidió Azsael con notable nerviosismo—¡estás bien, estás en tu habitación!—aclaró bastante alterado, pero no podía dejar de gritar ni aunque yo quisiera—¡ya basta!—me regañó el guardia al tiempo que me cubría la boca con una de sus manos—tranquilízate—pidió con calma

Me concentré en aquella palabra y la repetí en mi cabeza sin apartar los ojos de los suyos.

Jamás le había puesto atención a Azsael hasta ese momento.

Tenía una piel ligeramente bronceada por el sol de Anorith. Las líneas de su rostro eran suaves pero bastante geométricas, como si hubieran sido talladas por el mismo Ellin, y sin duda, tenía los ojos más hermosos de toda la fortaleza. Eran verdes como el pino más fuerte y grande que pudieras encontrar. Con solo verlos podía imaginarme en el bosque, oír las aves disfrutando del cielo y el aire correr tranquilo a mi alrededor. A primera vista lucían fríos, como una esmeralda dura y brillante, pero con cada segundo que los mirabas podías ver una flama verde ardiendo con fuerza. Él era mucho más que un simple guardia con problemas de interacción social, era un sujeto comprometido con su trabajo, llenó de pasión por su pueblo.

—¿Estás bien?—preguntó después de un rato. Realmente ignoraba cuánto tiempo llevábamos ahí, aunque lo había sentido como una eternidad

—Si

Atrigeos I : EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora