【 Capítulo 11 】

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Dabin me miró por unos minutos sin decir ni una sola palabra y sin expresión alguna en su rostro. Hice lo mismo y lo estudié con lujo de detalle.

Una bellísima túnica del mismo color de sus ojos con bordados desde el cuello alto, bajando por la parte central de la prenda y en todo el borde inferir de la misma; un pantalón negro como su melena y unas botas por debajo de las rodillas, una capa negra se encontraba sobre sus hombros que intentaba ocultar el juego de dagas que se encontraba en su cinturón de cuero. En su mano derecha sostenía un arma, era un bo negro con un bellísimo zafiro incrustado en el extremo superior, daba la impresión de ser más un adorno que un arma, pero no podría saber con exactitud si estaba en lo correcto. De su cuello colgaba una cadena plateada de la cual guindaba una gema esmeralda encarcelada en una pequeña jaula de cables plateados y en su dedo índice brillaba un anillo de plata con un granate enorme y brillante.

Al hombre le gustan los diamantes

Ahora que lo veía de nuevo y libre de aquel estado de shock de la primera vez, pude notar que no se parecía tanto a Jell. Mi hermana tenía ojos más grandes y brillantes, como los de mamá, y su nariz, a pesar de que si era grande como la de Dabin, era mucho más estilizada como la de mamá. Jell se parecía más a mamá, quería que se parecía más a mamá que a aquel hombre.

Los labios gruesos de Dabin se curvearon en una pequeña sonrisa, que más que amable, resultaba algo amenazante. Mis ojos divagaron por la habitación vacía en espera de que dijera algo o hiciera algo. Si tenía pensado que yo hablara primero, entonces estaba en un problema.

—Vaya—soltó por fin, después de varios minutos en incomodo silencio. Posé los ojos nuevamente en él y esperé pacientemente a que continuara. Dabin se inclinó hacia adelante y parpadeó un par de veces antes de sonreír—resulta algo desconcertante el escaso parecido a tu madre—aquel comentario quizás no me ofendería, pero viniendo de él, era un golpe en el hígado

—Bueno, por lo menos la recuerdas—miré a aquel sujeto con enfado y crucé los brazos por sobre el pecho en un intento por mantenerlos cerca y no golpearlo

—Margaret era una mujer bellísima, no te pareces en nada a ella—solté un bufido y fruncí al ceño al escucharlo despotricar en mi contra. Dabin se percató de ello y soltó una ligera y muy suave risa que me recordó a Jell—no malentiendas, eres bella a tu manera, tienes un encanto propio

Dabin se levantó de su trono y acortó la distancia entre nosotros, sin embargo se mantuvo a un espacio respetable de mi. Sus ojos azules me miraron con curiosidad, extendió su mano derecha y rozó ligeramente con las yemas de sus dedos mi mejilla.

—Si tratas de compensar veinte años de ausencia, te aseguro que necesitaras mucho más que eso—me quejé al tiempo que me alejaba de su mano. Dabin me miró con calma y por un momento me pareció creer que estaba triste—seré muy clara contigo, no te respeto ni como padre ni como rey, y mucho menos como hombre, así que no esperes que te trate con amabilidad

—¿Aunque tu actitud este ofendiendo a tu madre?—su voz pareció cambiar, se volvió más suave y relajada, como si estuviera en su papel de padre y no de Rey

—No creo que ella le hubiera hecho mucha gracia que permitieras que tu noviecita barbuda me abofeteé cada vez que digo la verdad—Dabin se mostró sorprendido por aquella acusación, e incluso, me atrevería a decir que vi el atisbo de una sonrisa

—El capitán Kkam es un hombre respetable que solo esta cumpliendo sus obligaciones. Entre ellas esta el hacer que me respeten—la sonrisa se hizo presente, pero no parecía del todo sincera

—No te has puesto a pensar que estás haciendo algo mal si necesitas que alguien este golpeando gente para que te muestren respeto—Dabin inclinó levemente la cabeza mostrándose de acuerdo con la afirmación

Atrigeos I : EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora