【 Capítulo 25 】

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Sin esperar a que me atacasen, giré y golpeé en el rostro a aquellos tres sujetos regresándolos al suelo. Jell siseó y tragó saliva cuando la tomé de la muñeca. Corrí lo más rápido que pude llevando a Jell conmigo, deseando que los guardias tardaran en reaccionar y no toparme con otro guardia.

—¿A dónde me llevas?—escuché preguntar a Jell. A nuestras espaldas se oían gritos y quejidos haciendo que la adrenalina corriera por mis venas e hiciera que mis piernas se movieran con prisa—¡contéstame!—chilló como todo una niña, no pude ocultar la sonrisa que me provocó oírla de nuevo

¿Qué hacia ella aquí? ¿Cómo había llegado y por qué Dabin no me había dicho? ¿Acaso él había hecho algo para rescatar a mi hermana? ¿Podría ser que el sí estuvo pendiente de nosotras? Una sonrisa de alegría y felicidad se extendió por mi rostro al pensar que Dabin si pudo haber estado al pendiente de nosotras, pero el sentimiento de culpa no se hizo esperar. Yo lo había rechazado desde el primer momento y lo había tratado tan mal, debería disculparme con él, debía agradecerle por devolverme a mi hermana.

—¡Detente!—grité Jell a mis espaldas al tiempo que ponía fuerza y se anclaba al suelo. La mano se desvaneció y sentí como si la estuviera perdiendo de nuevo. Me volví hacia ella con rapidez para tomar su mano nuevamente

—Nos alcanzaran, Jell, deben...

Las palabras se quedaron en mi garganta sin poder salir. La chica me miraba con ojos asustados, pero eso no era lo que me había hecho retroceder lejos de ella. Sus ojos eran en esencia los mismos que mi hermana, pero estos eran azul eléctrico, un color que solo había visto en una sola persona. Era Dabin, el mismísimo rostro del Rey estaba en aquella chica.

Es hermosa, aunque me hubiera gustado que tuviera los ojos de tu padre, así podría recordarlo siempre.

Esas habían sido las palabras de mamá cuando Jell acababa de cumplir un año. Mi hermana, según mi madre, era el retrato en vida de mi padre, salvo por los ojos café que poseía la pequeña y que habían sido herencia de mamá. Aquella no era Jell, aunque tenía un parecido inmenso con ella; el mismo cabello, el mismo tono de piel, aquellos rasgos dulces e inocentes en su rostro, todo era similar, pero no era ella.

—¡Suéltame!—chilló la chica intentando quitar mi mano de su muñeca, pero ni siquiera yo misma podía lograr soltarla, aún seguía en shock—¡me lastimas!

Bajé la mirada a su muñeca que mantenía cautiva y vi con espanto como un aura negra se concentraba en aquel sitio donde ambas nos tocábamos. Un grito de dolor salió de los labios de la chica avisándome que le estaba haciendo daño, pero antes de que pudiera soltarla, algo tiró de mi cintura y pronto sentí la piedra contra mi espalda.

Mi cabeza rebotó en la piedra y sentí un dolor recorrer todo mi cuerpo. Azsael me tenía nuevamente contra el muro, una mano en mi cuello y otra sujetando una de esas armas con forma de tenedor justo en mi pecho. El cansancio comenzó a hacerse notar y sentí mis parpados pesados, estaba a punto de desmayarme aun con la mirada firme del guardia, pero me esforcé por dirigir mi atención a aquella chica con rostro asustado y los ojos llorosos.

—¡Suéltala, vas a matarla!—gritó Jolin apareciendo entre el grupo de guardias que estaban rodeándonos. El chico empujó a sus compañeros hasta llegar a un lado del soldado de ojos verdes

—¡Princesa!—gritó una de las muchas cortesanas que acaba de llegar con mi amigo—¡princesa, ¿se encuentra bien?!

—¡Azsael, la princesa está bien, suéltala!—insistió el chico intentando alejar el brazo de su compañero de mi

¿La princesa?

Miré a aquella chica sin poder creer lo que acababa de oir.

Dos años después de que nacieras me convertí en rey. Cuando me enteré de que Margaret estaba de nuevo embarazada, realmente no supe que hacer. Supe que tenía que decirle.

Atrigeos I : EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora