ANTHONNY Y ELI -3ª Parte-

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—¡Eli! ¡Despierta! Ya se nos hace tarde...

Eli se levantó con pereza frotándose los ojos. Notó por el ruido del exterior y lo brillante del sol en su ventana, que eran más de las ocho de la mañana.

—¡Me quedé dormido! ¡Llegaré tarde a la escuela!

—Tranquilo, no irás a la "escuela" esta semana. Me acompañarás en el trabajo. Necesito monitorearte, hasta que me asegure que la dosis que estás tomando esté cumpliendo su efecto.

—Pero... Yo quería ir para que ponerme en la lista. Si no lo hago no podrán conseguirme otro empleo...—Eli se sintió muy triste pensando en que había perdido su empleo en la cafetería.

—Eli, cuando mejore tu tratamiento podrás conseguir otro trabajo. ¡No te sientas mal! Además vas a ayudarme esta semana en el consultorio, ¿no te parece eso genial?

Eli le sonrió a su padre, y este le dio un abrazo y un beso en la frente.

El muchacho licano se levantó de la cama con mejor ánimo y siguió a su padre hasta la cocina. Este tomó dos tabletas y un vaso de agua y se las extendió a Eli.

—Probaremos aumentando la dosis. Eso quiere decir que vas a tomar dos tabletas, en vez de una. ¿Comprendes?

—Si, papá.

—No puedes olvidar tomar tu dosis, Eli. Ajusté la alarma de tu reloj para que suene cada 3 horas. Cada vez que suene la alarma, tomarás dos tabletas...—Su padre le entregó su reloj digital.

Eli se tomó las dos tabletas y se puso su reloj en su muñeca. Luego salió junto a su padre para acompañarlo a su trabajo.

El doctor Paul Robinson, era un conocido médico internista que prestaba sus servicios para un ambulatorio de una zona de la ciudad habitada por personas de origen muy humildes. La mayoría de sus pacientes eran inmigrantes indocumentados, jóvenes con prontuario policial, o personas con muy escasos recursos que no podían costearse los gastos médicos de una clínica privada. Él, y un grupo de médicos y estudiantes de medicina de buen corazón; intentaban ayudar a estos pacientes marginados de la sociedad.

Cuando Eli llegó con su padre al consultorio, todos los que le conocían le saludaron con cariño. El doctor Robinson, le dejó una pequeña tarea para mantenerlo entretenido:

—Hijo, vas ayudarme aquí a organizar algunos implementos. ¿Ves este kit? Quiero que coloques en estas bolsas las mismas cosas que tiene este kit: una gasa, una venda, una jeringa, un par de guantes...

—Si, papá, ya entendí.

—¡Bien! Arma todos los kits que puedas, mientras yo atiendo a los pacientes.

Dejando a Eli entretenido, el doctor Robinson fue a un salón donde atendía a los casos de emergencia del día. Él, en su aspecto humano, aparentaba ser un hombre joven, de entre 27 a 32 años, de cabello negro, hermosa sonrisa, y ojos grises muy dulces. La gente le apreciaba muchísimo por la dedicación que brindaba a sus pacientes, sin importar su condición. Tenía un tono de voz sereno, siempre sonreía, y era muy dedicado y responsable en su labor. Su forma tan noble de tratar a las personas, le hacía ganarse el afecto y la confianza de quienes le buscaban.

Pero unos minutos más tarde, fue interrumpido por una de sus asistentes.

—¡Doctor Robinson! Hay unos señores que desean hablar con usted.

Cuando la asistente se le acercó, el doctor Robinson percibió en ella el olor de los licanos. Su corazón se estremeció. No supo cómo reaccionar en un principio, pero luego y sin responderle nada, corrió a la habitación en donde estaba su hijo.

"El Abrazo de la Luna" - Historias de LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora