XXVIII. En casa.

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El aeropuerto en california siempre me ha parecido un lugar bastante amplio y en donde, con facilidad, puedo perderme.

Finalmente, llego el día en donde vuelvo a mi hogar... y Bert va conmigo. Estuve quedándome con él las dos semanas que restaban a mi partida, sin acercarme a la mansión Iero e ignorando las cientos de llamadas que Frank realizo a mi número de teléfono, supongo que sus padres mantienen la promesa de no contarle nada.

Veo a Bert caminando unos pasos por delante de mí, esta pletórico. La semana pasada fue a la mansión Iero a buscar mis cosas y hace dos días las enviamos a mi hogar.

- Mira Gee... deberíamos llevarle esto a Lindsey, ¿qué dices? - sonríe como niño pequeño y me muestra un peluche horrible, como de un monstruo verde y peludo.

- Olvídalo, lo verá y querrá matarnos. Y luego nos matará y quemará nuestros cuerpos con el del peluche destruido. - tuerzo una mueca que, por como se destornilla Bert de la risa, es la mas graciosa de la historia. - la veo incluso danzando alrededor de la fogata mientras morimos ahí, quemados.

Salimos de la tiendita de recuerdos con las manos vacías y riendo.

Por el altavoz anuncian que nuestro vuelo se encuentra con media hora de retraso. Genial, simplemente, genial.

Estaremos estancados en esta terminal del infierno por otros 40 minutos más.

Nos sentamos en las bancas que están justo frente a los vidrios que nos muestran los aviones que salen y los que están aterrizando, muy cerca de nuestra terminal. Frente a nosotros una pareja de ancianos discuten. Ella tiene un sombrero gracioso y él, él se parece al ancianito de la película "UP".

Bert me codea y se ríe de algo que uno de sus amigos público en Instagram, pero la realidad de las cosas es que no le estoy prestando atención, mi atención la tiene la pareja de ancianos.

Siguen discutiendo, el abuelo refunfuña algo sobre cuanto odia viajar y se coloca de pie, yéndose inmediatamente hacia el Starbucks que hay cerca. Lo sigo con la mirada, pero cuando vuelvo a mirar al frente, la amable anciana de sombrero gracioso me sonríe.

- ¿Cuántos meses tienes? - me mira afable y yo me tenso. Me coloque específicamente para hoy un polerón de Bert que cubre por completo mi gordura. De todas formas, la amable señora lo ha descubierto.

- Voy para el cuarto mes. - y asiente sonriendo. Tiene una sonrisa parecida a la de Linda, lo cual, en estos momentos, me reconforta bastante.

- Oh... recuerdo cuando tenia ese tiempo de embarazo, las hormonas me dominaban, lloraba por todo y todos en el mundo. También recuerdo los vómitos, eso es algo que no extraño de estar embarazada. - se pone de pie y me murmura un: "¿puedo?" haciendo el amague de tocar mi vientre. Veo por el rabillo del ojo a Bert frunciendo el ceño y negando. Sé cuanto odia que la gente vaya por ahí queriendo tocar mi vientre. Murmuro un "adelante" y la amable mujer coloca su cálida mano sobre mí. De inmediato mis dos pequeños demonios comienzan a moverse como locos y le regalan unas pataditas, que sé, no pasan desapercibidas para ella. - ay, que maravilloso. Deben estar felices, tú y el padre de los bebés- y mira a Bert. No sé cómo, pero sé que ella sabe que no son de él, ¿se entiende?, mierda, ni yo me entiendo.

Veo a Bert levantarse incomodo y murmurar algo sobre ir por un refresco, pero la realidad es que mis ojos están pegados a los de la anciana.

- ¿Cómo... lo supo? - es todo lo que digo, pero ella se sienta en el lugar donde antes estaba mi amigo.

- Estoy vieja y no hay que ser un genio para darse cuenta- se encoge de hombros- simplemente lo supe y tu reacción y la de él- apunta la espalda de Bert que de pronto se pierde entre la gente- me lo confirmaron. ¿quieres contarme? Nosotros tenemos aquí como 40 minutos mas y claramente mi "querido" esposo no volverá. Dice que va a Starbucks, pero sé muy bien que está embriagándose en el bar.

Small BumpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora