5

2.8K 259 1
                                    


—Así que usted es la niña que nos está ocasionando problemas...

Ahogo un chillido en respuesta a esa voz inesperada.

Me estremezco al ver la silueta recortada de un hombre en la puerta a escasos centímetros de mi posición. La luz indirecta que proyecta la vela entra con timidez desde detrás de su espalda. Me quedo en estado de shock al no entender qué hace ese hombre ahí, teniendo en cuenta que todas las puertas y ventanas están cerradas.

Tras él hay dos personas más, intuyo sus presencias por los leves movimientos de sus brazos, pero desde aquí, no puedo ver quiénes son.

El primer hombre se acerca a mí, su caminar lento y pausado hace que me mantenga firme en el sitio sin apenas retroceder. Me doy cuenta en ese instante que el miedo me ha paralizado.

No es alto ni excesivamente corpulento, pero se ve tan seguro de sí mismo que no puedo evitar sentirme sobrecogida.

Mis ojos, que luchan por adaptarse a la penumbra, intentan enfocarlo con insistencia, pero no hace falta seguir esforzándome, él se queda prácticamente al descubierto tras su último movimiento. Cruza los brazos sobre el pecho, sus piernas se arquean ligeramente mientras se cuadra frente a mí.

Enseguida percibo, por su fruncimiento de cejas tras mi evaluación, que no soy de su agrado. En sus ojos se distingue un brillo perverso que hace que un torrente de agua helada corra bajo mi piel.

De forma descarada sonríe con maldad de mi reacción.

Automáticamente mi corazón empieza a latir de forma audible contra las costillas, y el aliento se me queda atascado en la garganta.

—Mediterránea... —afirma sin dejar de mirarme.

Por un momento me siento desnuda.

—¿Cómo dice? –pregunto sin despegar los ojos de su figura inmóvil.

Él sonríe una vez más, parece encontrar divertido algo que yo ignoro.

Seguidamente despliega los brazos ante mí. Me tenso e instintivamente miro por toda la habitación intentando buscar una brecha por donde escapar antes de que pueda darme alcance.

—No hay un lugar en toda Nápoles donde pueda esconderse de nosotros –ríe con autosuficiencia al percatarse de mis intenciones—. Hemos venido en son de paz, una vez más, y créame que será la última antes de que empecemos a aplicar las... consecuencias.

—¿A qué se refiere? –pregunto con un leve temblor en la voz.

—Es obligatorio pagar el impuesto de bienestar y debe hacerlo si quiere seguir viviendo aquí.

—¿Eso es una amenaza? ¡Ese impuesto es ilegal y pienso denunciarlo a la policía!

El chico ríe y da un paso más en mi dirección. Yo contengo la respiración presa del pánico.

—La policía, dice... —vuelve a reír, esta vez con más fuerza—. Este es nuestro último aviso.

—¿Qué pasa si decido no pagar? —Tiene cuarenta y ocho horas antes de que Alessandro venga a por nuestro dinero si no quiere que esta choza en la que vive arda. No es la primera vez que ocurre algún accidente por aquí...

Trago saliva, intentando aliviar el nudo que bloquea mi garganta.

—¿Por qué hacéis esto? —Se ha hecho siempre así ―responde rápidamente—. Aquí se paga por vivir tranquilo en nuestras tierras, por la seguridad inalterable y nadie tiene derecho a saltarse ese impuesto. —¿Por qué...? ¿Quiénes sois?

Noto que el chico da un paso más en mi dirección y ahora se sitúa prácticamente encima de mí. Intento no retroceder para no demostrar mi miedo.

—Solo debe saber que si quiere que las cosas vayan bien, empiece por hacernos caso. Todo depende de usted. Si quiere vivir tranquila o de lo contrario sufrir las devastadoras consecuencias de un castigo.

Él se retira sonriendo con la absoluta certeza de que pagaré, de que me rendiré sin más a su chantaje; sin embargo, no estoy dispuesta a dejarme intimidar por nadie, por mucho poder que afirme tener.

«No pienso consentir que ningún hombre vuelva a someterme con amenazas».

A pesar de mi declaración de intenciones, estoy intranquila.

Cualquier ruido me asusta. Utilicé el escaso dinero que me quedaba para cambiar la cerradura, pero para qué, soy consciente de que si esos hombres quieren volver a entrar, no habrá puerta que se les resista.

Decido dejar de vivir con miedo y realizar la única llamada que puedo hacer para encontrar algo de alivio.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora