Una chica con un difícil pasado, trata de pasar página en Nápoles, lejos de todo lo que conoce. En su viaje se encuentra con un hombre que representa todo lo que odia. Obstinada en evitarle, el destino se empeña en acercarles y sin quererlo se ve en...
Aparco la moto cerca del bar y como cada día entro canturreando antes de colgar la chaqueta en el perchero de la entrada. Pero esa mañana, a diferencia de las otras, no he sido la primera en llegar. En la barra, junto a Maria, se encuentra Marcello, que luce un polo azul claro Ralph Lauren y unos vaqueros desgastados del mismo color. Tras pasar la mano por su lacio cabello castaño, me mira de arriba abajo. No puedo evitar bajarme aún más la sudadera negra para tapar cualquier parte de mi cuerpo expuesta a su escrutinio.
—¡Ingrid, acércate cariño!
Camino vacilante hacia ellos. Me observan de una forma extraña, como si hubieran estado cuchicheando algo a mis espaldas.
—¿Qué ocurre?
—Hemos cambiado tu día libre. Será hoy en lugar del jueves.
—¿Por qué? –preciso saber.
—Todavía no has visto Nápoles. Nos parece del todo inadmisible.
Sonrío a Maria y a Marcello al mismo tiempo.
—¿Qué dices? ¿Nos vamos? –Me anima levantándose de un salto del taburete.
No sé cómo reaccionar. Mi cuerpo está tenso y mi corazón late con fuerza por la emoción de la sorpresa. Asiento enérgicamente y salgo del bar con una radiante sonrisa dibujada en el rostro.
Espero a que me abra la puerta del último modelo de Alfa Romeo en color negro que ha traído, y entro. Me coloco el cinturón de seguridad mientras él da la vuelta al coche. Nada más sentarse, baja los cristales de las ventanillas delanteras, inspiro profundamente el aroma que proviene del exterior y cierro los ojos. Es un olor fresco, como a tierra húmeda; me encanta.
Él sonríe tras percibir la emoción palpable que me asalta por dar una simple vuelta en coche.
Llegamos a un terreno repleto de baches y Marcello aparca el coche en un vado cercano.
Me acompaña hacia las puertas de lo que parece un castillo enorme. Una fortaleza de piedra medieval.
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—Este castillo defiende la entrada de la bahía desde hace cientos de años —me explica señalando hacia el enorme muro exterior.
Me sitúo enfrente de unas puertas inmensas, el ancho mar está a mi espalda y una ciudad desconocida frente a mí. Vuelvo a sonreír, sintiéndome emocionada por ver aquello que me espera tras del muro.
—Ahora vamos a entrar en lo que es el centro económico de la ciudad. Las tiendas, las tabernas... ¿Te gusta el vino? Nápoles tiene arraigada una importante tradición vinícola. Las uvas tienen un gusto diferente aquí porque las viñas crecen en tierra volcánica.
Me conduce por calles adoquinadas, rústicas y encantadoras. Lo que más me gusta es cómo respeta mi espacio para no incomodarme. No osa tocarme, aunque sí está lo bastante cerca de mí para hacer evidente que estamos juntos.