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La luz del ventanal se proyecta creando extrañas sombras en la habitación. No sé qué hora es, pero a juzgar por el sol que se filtra entre las rendijas de la persiana a medio cerrar, debe ser muy tarde. Me giro en esa cama tan cómoda y confortable, primero me froto los ojos y luego intento mirar a mi alrededor. Marcello está sentado en la butaca que hay frente a mí. Tiene una tablet en las manos y parece estar escribiendo algo. Lo que más me llama la atención es su aspecto. No solo se ha duchado, su indumentaria también es peculiar, lleva un traje oscuro y una camisa blanca con los dos primeros botones del cuello desabrochados.

Ladea el rostro al intuir que le estoy mirando, me sonríe y devuelve la vista a la pantalla que no deja de tocar con la mano.

—Buenos días dormilona, estás sumamente preciosa cuando duermes. ¿Lo sabías?

Vuelvo a tumbarme y me cubro los ojos con el pliegue del codo; no estoy para piropos ahora.

—No me tomes el pelo de buena mañana, anda. No puedes estar hablando en serio...

—Pues sí, claro que hablo en serio.

Hago un gesto con la mano, indicándole que pare. Le escucho reír.

—Dame solo un par de minutos. Me visto y me voy.

—¡Qué dices, no quiero que te vayas! —Parece ofendido.

Suspiro y me incorporo en la cama, consciente de que ahora mismo me parezco a uno de esos personajes mitológicos que él tanto adora, concretamente a Medusa. Y es que mi pelo por las mañanas es algo así como un desastre universal.

Retiro la sábana que me cubre y mi incomodidad aumenta en cuanto me percato de que estoy totalmente desnuda. Además, desde aquí no hay rastro de mi ropa...

Marcello no deja de mirarme, con lo cual, levantarme va a ser todo un reto. ¿Por qué no me he traído mi pijama de nubecitas y arcoíris?

Suspiro, me centro en él que ahora pasa de la tablet y digo:

—A la vista está que tienes cosas que hacer, y yo también.

—¿Qué cosas tienes que hacer tú? El bar está cerrado.

—Debería poner una colada, limpiar un poco... ya sabes, ese tipo de cosas.

Me mira perplejo un par de segundos antes de negar con la cabeza y devolver la vista a su tablet.

—No son cosas importantes. Hoy te quedas aquí —sentencia.

Arqueo las cejas.

—Para mí sí son importantes —discrepo.

Vuelve a mirarme con ojos inescrutables.

—Quédate, por favor...

—No lo entiendo... ¿Por qué insistes tanto?

—Me haría ilusión regresar y encontrarte en casa. Sería algo totalmente nuevo para mí y ya que nuestra relación se basa en las novedades...

No salgo de mi asombro. ¿No bromea?

—¿Y qué pretendes que haga aquí sola durante todo el día?

—Simplemente disfrutar: Mira la tele, revuelve un poco, come, escucha música, date un baño de espuma o métete en la piscina, es climatizada —aclara sonriente.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora