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—Buenos días, Maria.

—Buenos dí....

Le sonrío mientras me encamino hacia el perchero y me pongo el delantal rojo. Se ha quedado sin palabras tras verme y no es para menos.

—Tita te he dejado el pedido en la trastienda y...

Gianni se queda petrificado ante mí. Me contempla mientras me acerco a la máquina de café.

—¿Qué os pasa esta mañana? —digo sin ocultar mi radiante sonrisa—. Parece que hayáis visto un fantasma.

—Un fantasma no, pero sí una tía buena...

Maria arruga el entrecejo y propina una divertida colleja a Gianni, este se queja y agacha la cabeza de forma cómica.

—Estás preciosa Ingrid —reconoce Maria y se acerca para acariciar mi pelo ondulado con dulzura—. No sé qué te has hecho, pero sea lo que sea te sienta divinamente.

Baja la mirada, la pasa por mis pechos, mis caderas y luego se ladea para mirarme el culo. Apuesto a que piensa que me he operado de algo, pero lo cierto es que solo me he puesto una camisa más ajustada y he dejado la venda compresora guardada en el armario. En cuanto entra en la cocina para ayudar a su marido, Gianni se acerca y se apoya en la barra, detrás de mí. Emite un silbido mientras sus ojos excesivamente abiertos me recorren el cuerpo de arriba abajo. Me molesta su descaro, para qué negarlo.

—Será mejor que dejes de mirarme. No me gusta nada.

—Ah. Lo siento. Pero es que hoy... en fin, ¿Qué coño te has hecho? ¡Pero si hasta tienes tetas! ¡Quién lo diría!

—Mira Gianni —me cuadro frente a él de forma chula. Él no me da miedo, siempre que hablamos tengo la sensación de que lo estoy haciendo con un adolescente de quince años—. Ni se te ocurra hacer ningún tipo de comentario obsceno. Simplemente estoy intentando cambiar mi forma de ver las cosas, así que no me lo pongas más difícil, ¿de acuerdo?

—Está bien, perdona. Pero es que estás increíble. Es como si la oruga hubiese salido del capullo convirtiéndose en una espléndida mariposa.

Le miro sorprendida.

—¿Me acabas de llamar oruga? —pregunto perpleja.

—Bueno. Técnicamente sí, pero pretendía hacerte un cumplido.

Se me escapa una carcajada. No sé qué tienen los italianos que no hacen más que compararme con animales.

Suena la campanilla de la entrada y ambos nos giramos para ver quién es.

Dos chicas se sientan indecisas en una de nuestras mesas y cogen la carta para ver qué hay.

—Bueno, Ingrid, voy a trabajar un poco. Con algo de suerte tendré plan para esta noche, porque contigo no tengo nada qué hacer, ¿no?

Niego con la cabeza sin dejar de reír; Gianni no tiene remedio.

—¿Ni siquiera si te dedico una de mis miradas seductoras? —Entrecierra sus ojos azules y los dulcifica en un gesto que le hace adorable. Se me escapa una carcajada y me tapo la boca con la mano—. Me lo temía. Enseguida vuelvo, preciosa, si decides cambiar de idea házmelo saber, ¿vale? Tú encabezas mi lista.

—Gracias Gianni. Ese sí ha sido un buen cumplido –bromeo.

Me guiña un ojo y se aleja en dirección a la mesa de las dos chicas.

Para mí es todo un reto servir cafés vestida así. No es que lleve puesto nada especial, pero percibo la mirada de la gente. Los clientes habituales son los que más me observan, se han dado cuenta enseguida de mi visible cambio.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora