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«Mi segunda moto».

Repito esa frase una y otra vez mientras acaricio el suave metal de mi Vespa negra. Antonio y Maria no únicamente me han dado una moto en buenísimas condiciones, sino que, además, han pagado el seguro a mi nombre durante el primer año. Así que no tengo nada de lo que preocuparme.

«¡Qué ganas tengo de ponerla en marcha otra vez!»

Cojo mi casco negro y blanco; huele a mí y eso me encanta.

Sin posponerlo más, decido ir a dar una vuelta para probarla bien. Tengo el día libre y pienso disfrutarlo al máximo yendo a cualquier lugar; sin duda, este ha sido el mejor regalo que podían hacerme.

Me pongo unos vaqueros y una chaqueta de deporte abrochada hasta el cuello. Me miro al espejo y sonrío. Luego me recojo el pelo, me enfundo el casco y me subo en la moto. Estoy muy emocionada, no recuerdo haberme sentido así en mucho, mucho tiempo.

La adrenalina corre por mis venas al poner la moto en marcha. Con un giro de muñeca le doy gas y acelero un poco antes de frenar bruscamente.

Me siento algo insegura todavía. Esta vez consigo respirar pausadamente antes de volver a acelerar y curiosamente, no siento la necesidad de aminorar la marcha.

Mi cuerpo se adapta perfectamente a la forma de la moto, es como si formara parte de mí. Me adentro en los estrechos senderos de tierra que hay cerca de mi casa y cuando me siento segura me dirijo hacia un lugar más concurrido.

Mi llegada no pasa desapercibida para los lugareños. La gente me mira con estupefacción e incluso señalan en mi dirección. Me giro continuamente para ver a todas las personas que me observan tratando de averiguar qué miran.

«¿Qué pasa? ¿Nunca han visto una moto o qué?»

Acelero un poco más y subo una cuesta pronunciada sintiendo como los desgastados adoquines me hacen temblar.

Me muerdo el labio inferior; la velocidad me encanta.

Después de recorrer un gran número de calles, no puedo negar que Nápoles es preciosa, algo antigua también, pero con mucho encanto. La gente parece no haber evolucionado en este lugar, sigue bastante aferrada a sus tradiciones y costumbres. No he hecho muchas amistades todavía, pero me siento acogida, perteneciente a este lugar tan distinto y alejado de todo lo que conozco. No es más que un simple sentimiento que me dice que este es mi sitio y aquí es justo donde debo estar.

Me deleito con las estatuillas de la Virgen que hay en las fachadas, las flores coloridas colgando de los balcones y ese característico olor a albahaca que lo envuelve todo, y siento que no puede haber un lugar mejor en el mundo. Me sorprende también ver en muchos de los cristales de los establecimientos la foto de Maradona. Hago una mueca; no entiendo de futbol, seguramente Gianni podrá aclararme por qué está presente en este lugar, como la Virgen y los santos que parecen invadir cada rincón.

Me giro ligeramente al percibir un ruido familiar a mi espalda. Me exalto al ver dos motos negras que me siguen de cerca. No dudo en acelerar para dejarlas atrás. He salido de lo que parece ser una pequeña urbanización y la zona asfaltada ha terminado, pero eso no me detiene, sigo avanzando por el empedrado camino eludiendo el hecho de que esas motos están cada vez más cerca de mí.

«¿Dónde diablos me estoy metiendo?»

Las motos, de mayor cilindrada que la mía, se colocan rápidamente a ambos lados. Abro los ojos sorprendida cuando veo que uno de los hombres que me persigue es Marcello.

—¡Quítate el casco! –me ordena con severidad.

Me giro bruscamente ignorando su petición, pero él acelera todavía más, tratando de adelantarme.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora