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Como era de esperar, pasan los días y no sé nada de Marcello.

He pensado en ir a verle, pero luego reconozco que es una mala idea y la descarto. Por otro lado, no sé de qué otra forma comunicarme con él. Nunca me dio su número de teléfono.

El sonido de la campanilla desata el ritmo frenético de mi corazón cada vez que entra alguien en el establecimiento. Me vuelvo ilusionada, y al instante, mis ojos se contraen al percatarme de que no es él.

Intento no desesperarme, al fin y al cabo, tarde o temprano lo veré. Nápoles no es tan grande y él suele moverse siempre por los mismos sitios.

Gianni me sonríe de vez en cuando. Sabe que algo me distrae, pero no tiene el valor suficiente como para preguntarme al respecto.

—Aquí Gianni desde el planeta Tierra llamando a Ingrid en la luna... peeej, peeej, ¿Me recibes?

Le tiro el trapo de cocina con cariño y sonrío.

—Eres tonto.

Su sonrisa se hace inmensa, deja dos tazas de café sobre la barra y apoya los codos mientras me mira con mucha atención.

—Yo sé bien lo que te hace falta —dice con convicción.

—¿Ah sí? ¿Según tú qué es?

Se encoge de hombros.

—A parte de lo obvio, te hace falta salir y distraerte.

—¿Y qué es lo obvio? —pregunto intrigada.

—Ya sabes... un buen polvo.

Me quedo contemplándole con los ojos abiertos como platos, no me puedo creer lo que acabo de escuchar.

—¡No me mires así! A todos nos hace falta uno de tanto en tanto...

—Lo tuyo es de psiquiatra.

—Puede —reconoce rascándose la cabeza—. En cualquier caso, ¿qué me dices a lo de salir y distraerte?

«Si salgo igual me encuentre con...»

—¿En qué habías pensado? —demando sin más.

Se queda atónito.

—¿Es que vas a hacerme caso?

—Ya veremos... —le digo en tono reprobatorio—. ¿En qué has pensado?

—Bueno... hoy es sábado, noche a tope en el pub; mucha gente, buena música, bebida y mi compañía.

—Suena genial —reprimo una mueca de disgusto y acepto.

—Vaaaya... esto sí es una novedad...

Le saco la lengua y empiezo a llenar los servilleteros dando la conversación por finalizada.

—Solo una pregunta más... ―procede buscando mi mirada–, respecto a lo del polvo no hay nada qué hacer, ¿no? Solo por saberlo.

Me echo a reír a carcajada limpia; siempre lo consigue, es tan... infantil.

—¡Ni pensarlo!

—¡Ya lo sabía! Solo quería constatarlo, no estamos como para rechazar oportunidades, y puesto que hoy estás receptiva...

—No tanto...

Él me sonríe y me dedica una mirada pícara.

—Venga, preciosa, va siendo hora de que vayas a casa y te cambies de ropa, en una hora paso a recogerte.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora