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Me levanto enérgica. Pese a que he dormido poco estoy impaciente por empezar el día. Me visto rápidamente y salgo disparada hacia el trabajo.

—Buenos días, Maria.

Me acerco al perchero, pero antes de ponerme mi bata, ella ha llegado frente a mí.

—Creí que hoy no vendrías.

—¿Por qué no iba a venir?

—Se acaba de ir Marcello. Nos ha dicho que en veinte minutos vendrán unos profesionales a pintar el local.

—¿Cómo? —pregunto frunciendo el ceño.

—Así es. No únicamente eso, nos ha dado más dinero del que facturamos en un día de trabajo.

—¿Por qué?

Maria sonríe, pero parece triste.

—Tú sabes por qué. Yo no soy quién, pero ten cuidado, Ingrid... No es oro todo lo que reluce y tú eres demasiado joven e ingenua.

—¿Intenta prevenirme de algo?

Maria se encoge de hombros.

—Estás pisando un terreno peligroso, creo que no eres realmente consciente del alcance de la familia Lucci.

—No... Marcello solo me ha explicado pequeñas pinceladas —reconozco.

—El pequeño es un buen chico, no te desea ningún mal; pero quien a fuego se arrima, es cuestión de tiempo que acabe quemándose.

Trago saliva. Maria, la mujer más discreta que conozco ha estado a punto de sincerarse conmigo y contarme aquello que todo el mundo sabe y yo ignoro; no obstante, cuando un batallón de pintores irrumpe en el local cargado con sus herramientas, ella se despide de mí, diciéndome que me vaya a casa y aproveche para descansar.

Como no quiero molestar, decido hacerle caso. Aunque lo que acaba de decirme queda grabado en mi memoria; estoy segura de que en cualquier momento saldrá a relucir algún secreto de la familia Lucci.

Me he peinado intentando moldearme un poco el pelo con la plancha, pero para qué negarlo, esto no se me da demasiado bien, al igual que elegir el atuendo apropiado.

A ver, vamos a repasar: voy a ir a un restaurante, un restaurante con Marcello. Así que debe de ser uno de esos sitios lujosos donde solo entra gente de etiqueta. Bueno, al menos tengo algo elegante entre la ropa que me compró la señora Lucci... estoy segura de que esa mujer es una bruja, no entiendo cómo pudo prever que, al final, acabaría poniéndome todos los modelitos que me compró.

Elijo un vestido elegante de satén, color rosa pálido. Contengo la respiración mientras lo meto con cuidado por la cabeza y lo dejo caer delicadamente hasta los pies.

«Madre mía... esto no tiene nombre, me da vergüenza solo mirarme en el espejo».

Me doy media vuelta. La espalda está descubierta. Se marca perfectamente la línea de la columna vertebral.

Me subo a esos impresionantes zapatos de tacón que también me regaló y cojo el pequeño bolsito de cóctel a juego.

No puedo dejar de mirarme, la verdad es que no me reconozco; en mí no queda nada de la chica que fui.

Mi teléfono empieza a sonar. Lo descuelgo y empiezo a reír. Marcello se ha registrado en mi móvil como: "Marcello amore mio".

Bajo rápidamente las escaleras, intentando no caerme.

Lo que no tiene precio es la mirada de Marcello en cuanto me ve. Está completamente serio, esperándome con la puerta trasera del coche abierta. Lleva un traje negro y una camisa blanca.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora