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Llegamos a mi casa por la tarde, después de comer.

Marcello entra el coche en la finca y lo aparca escondiéndolo un poco de las miradas indiscretas.

—Mis hombres vendrán en media hora —comenta mientras guarda su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón—. Tendremos que buscarles una habitación en la casa hasta que construyamos una cabaña fuera.

—Bueno, eso no será problema.

Abro la puerta con una ilusión desbordante. En cuanto doy a la luz, esta parpadea un par de veces y se apaga de repente.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, la luz no va.

—Serán los plomos. Abramos todas las ventanas.

Hago lo que dice, pero cuando entra la luz del exterior nos miramos una décima de segundo con el rostro descompuesto. Hay goteras por todas partes, la lluvia se ha filtrado por las paredes creando enormes surcos de humedad. Le miro sin saber qué decir.

—Solo es una sugerencia, pero... podemos ir a mi casa.

—Yo quiero quedarme aquí.

Suspira y vuelve a sacar el móvil del bolsillo.

—Entonces será mejor que llame a un lampista.

Camino enérgicamente por el comedor. No me da tiempo a llegar a la cocina cuando piso un charco y resbalo. Mi cuerpo cae hacia atrás y mi cabeza impacta bruscamente contra el suelo. Emito un grito mientras llevo instintivamente una mano a la cabeza.

—¡Ingrid!

Marcello corre hacia mí y me ayuda a levantarme.

—¿Te has hecho daño? Déjame ver.

—No, no ha sido nada.

Aparta mi mano y me examina. No tengo sangre, solo siento el dolor del golpe.

—Creo que ya hemos tenido suficiente. Tú decides: o mi casa o un hotel, pero aquí no nos quedamos esta noche.

Miro a mi alrededor. Todo está en ruinas. El deterioro de la casa se hace mucho más evidente después de haber estado en la espectacular mansión de Marcello.

—Tienes razón. No puedo creer que quiera meterte aquí... será mejor que haga la maleta.

Sus manos me impiden avanzar hacia las escaleras.

—A mí me da igual, pero no veo por qué tienes que estar en un sitio así. Mereces mucho más. Yo puedo dártelo, ¿por qué te cuesta tanto aceptar eso?

Miro al suelo. Me siento fatal.

—Yo tengo lo que tengo ―señalo a mi alrededor―. No necesito cosas que no me he ganado.

Sus manos acarician mis brazos, sus ojos se dulcifican y se acerca a mí para besarme.

—Esto es lo que me gusta de ti, que no te interesa absolutamente nada mi dinero ―vuelve a besarme y yo siento como si me derritiera—. Por eso quiero dártelo todo. Ahora mismo nos vamos a vivir a mi casa. Te dejo carta blanca para remodelarla y hacerle los cambios que quieras. Incluso si prefieres la tiro abajo y hago que nos construyan una réplica de esta. Lo que sea con tal de que seas feliz, pero aquí no nos quedamos ni un minuto más.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora