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Me muevo hacia un lado, parpadeo porque la luz me ciega. Parece que la lluvia ha escampado dejando un día despejado en su lugar.

Vuelvo a moverme y me pongo tensa en cuanto percibo su cercanía. Me está contemplando con los labios apretados, reteniendo una sonrisa que lucha a toda costa por salir.

—Buenos días.

—Buenos días —respondo algo aturdida.

—¿Qué significa esto? —Pone mi mano en alto, el brillo de la pulsera me contrae el rostro. Había olvidado que al final me la puse.

—Sí, es justo lo que parece —digo restándole importancia.

—¿Que eres mía y de nadie más?

Me muerdo la lengua. No quiero exaltarme, pero él parece disfrutar llevándome al límite.

—Yo solo quiero estar contigo, sea de la forma que sea —reconozco sin ninguna duda.

Su sonrisa me ciega. Parece contento y tan animado que casi consigue contagiarme un poco con su entusiasmo infantil.

—Pero no pienses que por haberme puesto la pulsera tienes derecho a tratarme como a una esclava. Yo no soy la esclava de nadie y tú no vas a mandar sobre mí.

—Claro que no.

Su sonrisa sigue aturdiéndome.

Se pone sobre mí y me besa tiernamente la base de la mandíbula. Me sube la temperatura progresivamente, pero me niego a dejarme llevar.

—Tampoco pienso obedecerte en todo lo que se te antoje.

—No espero menos de ti.

—Lo digo en serio ―le amenazo con un dedo.

Se retira un poco y asiente.

—Yo también.

Vuelve a sonreír, me estremezco en cuanto sus labios se juntan a los míos; los echaba de menos. Mi corazón late desaforadamente y mi respiración se altera. Un fuerte escalofrío me recorre entera, desatando un deseo descontrolado que llevaba oculto demasiados años: ahora que ha encontrado una nueva válvula de escape, se expande invadiendo cada célula de mi cuerpo. Alzo mis brazos y correspondo a su apremiante necesidad mientras le rodeo la nuca con mis manos, pasando los dedos entre su pelo rebelde. No soy tan dura; no puedo permanecer impasible mientras él me hace eso, y el muy canalla lo sabe. Sabe que estoy loca por él y cederé a todo cuanto me pida porque es el único con el que me siento segura.

—Me has hecho muy feliz Ingrid, ni te imaginas cuánto...

Sigue besándome, pero mi mente está lejos de él ahora. Cómo no, la desconfianza vuelve a llamar a mi puerta.

—¿Cuántas pulseras de estas has puesto hasta ahora?

Sus besos se detienen al final del cuello, justo antes de alcanzar la clavícula.

—Ninguna —susurra.

—¿Y por qué me la has puesto precisamente a mí?

—Porque tú eres lo único que he querido siempre. Tengo dinero, propiedades, coches, negocios... pero solo estar contigo hace que valore todo lo que tengo, me siento vivo y capaz de cualquier cosa cuando estamos juntos; en definitiva, tú haces que quiera ser quien soy.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora