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—¿Si? —Tras escuchar su voz, mi corazón vuelve a latir con fuerza.

—Soy Ingrid, ¿me abres?

Se hace una pausa al otro lado. Duda. Finalmente escucho el sonido de la puerta al desbloquearse y entro sin pensar.

—¡Ingrid! ¿Qué haces aquí?

—Necesito una copa, por favor...

—¡Claro! Pasa...

Caminamos juntos hasta la barra. Me siento en un taburete alto y espero a que él me prepare lo que considere oportuno.

En cuanto deposita el vaso de tubo frente a mí, le doy un sorbo.

—Es toda una sorpresa verte aquí, ¿a qué se debe esta visita?

Entrecierro los ojos en cuanto el líquido abrasador desciende por mi garganta.

—Tenías razón Gianni, tenía que haberte escuchado, pero estaba tan ciega que... ―interrumpo mi discurso para liberar unas apropiadas lágrimas.

—¿Qué ha pasado?

—El último día que nos vimos te dije que tenía una cita con Marcello horas más tarde ―procedo desviando la mirada, apenada.

—Sí —confirma mostrando todo su interés.

—No salió bien. Desde aquel día no he vuelto a verle.

—¿Ah, no?

—No. Parece que ya no quiere saber nada más de mí, me ha utilizado, como me dijiste que haría, y se ha ido sin más.

—¿Por qué me lo cuentas ahora?

—Decidí dejar pasar un tiempo para poder pensar y asimilar las cosas; además, me da vergüenza admitir que me había equivocado y que tú tenías razón.

Él ladea la cabeza, parece reconsiderar mi argumento antes de animarse a intervenir.

—Marcello se personó en el bar de mi tía al día siguiente diciendo que a partir de ahora ya no ibas a volver. En su lugar le dio el número de una mujer a la que le interesaba el puesto. Di por sentado que era porque estabais juntos.

—Pues no. Lo único que ha hecho es ponerme obstáculos, joderme la vida porque no quise acatar sus condiciones.

—¿Qué condiciones?

Hago una mueca y vuelvo a beber.

—No quiero pensar en eso ahora, lo cierto es que estoy hecha polvo.

Él suspira mientras da la vuelta a la barra para sentarse junto a mí.

—Lo siento. Ese malnacido jamás debió conocerte.

Sus palabras son como una puñalada a traición en mi frágil corazón. Pero realmente tiene algo de razón en eso, si no me hubiese conocido seguramente no se encontraría en esta situación: a punto de perder la vida por pura estupidez.

—Ahora ya da igual —me obligo a decir, sorbiendo por la nariz—, estoy empezando de cero.

—Haces muy bien, Ingrid. Me alegro de que me lo hayas contado. Si puedo ayudarte en algo...

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora