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Parpadeo un par de veces adaptándome a la luz. Me levanto solo para ir al baño y regreso a la cama.

No sé qué hora es, pero es de noche otra vez. Me dirijo a la cocina con más hambre de la que he tenido en toda mi vida, encuentro un paquete de galletas y como unas cuantas. El cansancio vuelve a apoderarse de mí tras engullir la última y regreso al dormitorio.

Me despierto sobresaltada y confusa al escuchar el estrépito de unos golpes dentro de mi propiedad. Un pitido agudo atraviesa el interior de mi cabeza y presiono la sien con la mano, intentando inútilmente mitigarlo ¿Cuánto tiempo llevo dormida? Los golpes vuelven a producirse y en esta ocasión distingo con claridad que provienen de la planta baja, alguien está aporreando la puerta de entrada sin piedad.

Camino con torpeza, dando tumbos hasta encontrar el reloj que he dejado sobre la cómoda. Marca la una del mediodía.

Siguen llamando a la puerta y me entra el pánico. ¿Quién puede ser a esta hora? Bajo las escaleras, agarrándome con fuerza al pasamanos para no caer. Una vez en el comedor tropiezo con la silla, ignoro el daño que me he hecho en el pie y sigo hasta el recibidor. Giro la llave que está dentro de la cerradura y abro una pequeña rendija para ver quién es. La luz del sol me ciega, desvío la vista al suelo mientras abro un poco más para no perder detalle de la persona que hay frente a mí.

Lo primero con lo que me encuentro cuando consigo adaptarme a la claridad que procede del exterior, es el rostro afligido de Marcello. Me quedo embobada mirándole. No entiendo nada. Tiene buen aspecto, aunque todavía siguen presentes sus heridas; los ojos ya no están hinchados, aunque sí se aprecia en ellos la sangre invadiendo gran parte de su globo ocular, su mirada roja me produce escalofríos. Alrededor de ellos se extiende un hematoma purpúreo que le da un aspecto todavía más aterrador. Cuando miro su boca me doy cuenta de que la brecha de su labio inferior sigue abierta, aunque ya no sangra. Del mismo modo su barbilla tiene una herida que mantienen unida unas tiras de sutura. Recorro con la mirada su cuerpo: lleva un brazo en cabestrillo y se intuyen los vendajes del torso a través de la ropa. Se apoya en una muleta para mantenerse erguido. Intento no dar importancia al hecho de que va enfundado en una ridícula bata blanca de hospital, de esas que se anudan por detrás.

A su espalda aguarda un séquito de personas que nos mira sin perder detalle de nuestras reacciones. Distingo a médicos, guardaespaldas, enfermeras... una de ellas lleva a cuestas una silla de ruedas vacía.

«¿Qué es todo esto?»

Me cuesta procesar la información que captan mis sentidos. Trago saliva con nerviosismo, acabo de despertarme y no sé por qué Marcello está aquí y me mira así.

«Y ahora, ¿qué va mal?»

Me centro exclusivamente en él, que no ha dejado de mirarme con severidad, intimidándome e instintivamente empiezo a temblar.

—Marcello... –susurro sin apartar mis ojos de los suyos.

Veo un destello de decepción en su rostro y entonces comprendo que merece una explicación. ¿Por qué actué de esa manera? ¿Por qué no revelé a su familia dónde lo encontré y la implicación de Gianni en su secuestro? He estado postergando el tema todo lo que he podido hasta hallar una solución que nos beneficie a todos, pero aún no he tenido tiempo de pensar en eso y ahora me doy cuenta de mi gran error.

—Lo, lo... siento –tartamudeo intentando ordenar mis pensamientos–, sé que no ha sido la mejor manera de proceder, tendría que haberlo dicho pero no encontré la forma... Estabas malherido y eso era lo más importante; lo demás podía esperar.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora