12

2.3K 221 4
                                    


Me miro en el espejo y me entran ganas de romperlo. Tengo la piel atezada, siempre me pasa lo mismo cuando salgo a pasear al aire libre. Mis ojos son negro azabache, remarcados por unas largas pestañas también negras y los labios... los muerdo con decisión. Demasiado gruesos. Me miro y me veo oscura, tengo la sensación de que mi apariencia exterior no es más que un reflejo de mi alma; también oscura.

Me peino el cabello y ahogo un gemido. Lo tengo tan enmarañado por haberme acostado sin secármelo que no tiene arreglo. Lo encrespo ligeramente cuando paso el peine por los rizos rebeldes que se han formado mientras dormía. Suspiro. Tiro el cepillo con brusquedad dentro del lavabo y alzo las manos para atarme el pelo en una cola.

Tiro hacia abajo mi sudadera para disimular las partes más odiosas de mi cuerpo, y salgo a toda prisa en dirección al bar.

—Buenos días, Ingrid. ¿Cómo te encuentras?

—Buenos días, Maria. Bien —digo sin mucho entusiasmo, aunque no es verdad, hace días que estoy de mal humor y sé que ella lo nota.

—¿Qué tal tu día libre, cariño?

—He salido a explorar los alrededores.

—¿Has bajado al pueblo?

—No, he ido de excursión por el bosque que hay detrás de mi casa. He encontrado un pequeño riachuelo podrido.

Me mira con expresión desencajada y luego cierra los ojos, como intentando comprenderme, cuando los vuelve a abrir, su semblante es más tranquilo.

—¿Y qué tal?

—Ha sido una experiencia interesante –me encojo de hombros.

—De todas formas no deberías deambular por esos parajes tú sola, pueden ser peligrosos, están muy retirados y podría haber alguien que quisiera hacerte daño.

—No se preocupe por mí, ya soy adulta. Sabré defenderme yo solita de los indeseables.

Pero lo cierto es que no. Las personas más indeseables para mí son las que ellos veneran y estoy convencida de que tras mi última ofensa, no tardarán en "aplicar" las consecuencias; en cierto modo, las espero.

Poco después del incidente con Marcello, me negué a pagar el impuesto de bienestar que me exigían. Desde entonces he estado en un sin vivir, esperando que vinieran a exigírmelo. Pero lo curioso es que, por el momento, nadie ha vuelto a reclamármelo. Sé que esta tregua no durará mucho, pero no pienso dejarme pisotear. Se acabó.

Maria abre la boca para decirme algo, pero su intento de discurso se ve interrumpido por la llegada de Gianni.

—Buenos días a las dos –dice y da un beso en la mejilla a su tía—. Tita, Ingrid... —a mí me guiña un ojo.

—Últimamente vienes mucho por aquí –observa Maria entrecerrando los ojos—. ¿Va bien el negocio?

—¡De maravilla! Estoy muy contento.

—Me alegra mucho oír eso.

—Y no sabes lo mejor, esta noche han alquilado una de las salas para una fiesta de cumpleaños.

Gianni mira atentamente a su tía. Esa mirada aún no la tengo catalogada, no sé a qué viene.

—Mi personal no empieza a trabajar hasta las diez de la noche, es justo la hora a la que vendrá el grupo.

—¿Qué quieres, cariño? –Maria le sonríe con picardía, ahora sí entiendo a qué se debe la mirada de Gianni; quiere pedirle un favor.

—Me preguntaba si podría robarte a Ingrid un par de horas para que viniera a ayudarme a decorar la sala. Así, de paso, ve el bar a plena luz.

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora