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Estiro los brazos mientras bostezo. La luz de la mañana ha empezado a entrar por la ventana a medio cerrar. Me llevo un susto cuando entra Marcello en la habitación; como siempre, parece que hace una eternidad que está despierto. Se ha duchado y vestido con esa americana entallada que tanto me gusta. Me mira sonriente mientras avanza hacia la ventana y descorre la cortina para que entre el sol. Veo el filo del puño blanco de la camisa dos centímetros más larga que la americana, le da un toque moderno a su atuendo habitualmente clásico. Luego se acerca a mí y me acaricia el rostro fugazmente con el dorso de la mano y percibo el roce de su anillo en la piel. Sus manos también son mi debilidad, me encanta el ligero relieve que marcan sus venas haciéndolas masculinas, pero a la vez, son suaves y delicadas. Podría estar observándolas durante un día entero sin cansarme.

—Te he traído esto —saca una pequeña pastilla de dentro de un sobre y me la entrega junto al vaso de agua que descansa sobre la mesita.

—¿Qué es?

—Supongo que no querrás quedarte embarazada.

Mis ojos se abren desmesuradamente por la sorpresa.

—Ayer no tuvimos cuidado y eso no puede volver a pasar. A partir de hoy debemos mentalizarnos en utilizar siempre anticonceptivos. Ya discutiremos en otro momento cuál nos resulta más cómodo.

—Vaya... siempre estás en todo.

Me dedica una sonrisa pilla y se sienta junto a mí en la cama.

—Uno de los dos tiene que estarlo. No podemos dejarnos llevar así, Ingrid.

Me siento avergonzada. Al fin y al cabo, fui yo la que llevé las cosas al extremo la pasada noche sin pensar en las consecuencias, y eso que sería la mayor perjudicada si pasara algo para lo que no estoy preparada.

—Tienes razón... —miro la pequeña píldora rosa, me la llevo a la boca sin pensar mientras cojo el vaso de agua que me entrega.

—¿Qué hace esta pastilla exactamente?

—Te provoca la menstruación.

—Ah —me giro avergonzada porque él entienda más que yo en estos asuntos.

—Y ahora vístete. Tenemos mucho que hacer.

El móvil de Marcello suena. Se levanta de la cama y sale al jardín.

¡Genial! ese "tenemos mucho que hacer" no me ha gustado ni un pelo. No sé dónde quiere llevarme ahora. Me estiro en la cama y me ladeo para mirarle. No sé con quién habla, pero sonríe. Está feliz, encima hoy se ha puesto muy guapo. No aparto mis ojos de él mientras camina, gesticula de forma divertida y vuelve a reír. Sonrío como una tonta. ¡Me encanta!

En cuanto se despide, vuelve a entrar. Al verme todavía sobre la cama sonríe, corre hacia mí y se tira en plancha haciéndome botar sobre el colchón. Se me escapa la risa y ya estamos otra vez: felices, despreocupados, sin nada que perturbe nuestra paz.

—No seas tan perezosa, va, levántate.

—Solo un ratito más...

—¡Ni hablar! —sonríe—. Ahora mismo vas al baño, te das una ducha rapidita y te pones el vestido que te he dejado preparado en el vestidor.

—¿Me has preparado la ropa y todo?

—Sí.

Achino los ojos. ¡Dios como puede ser tan, tan... MANDÓN!

Clan LucciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora