Exactamente siete días amarronados habían transcurrido: de lunes a lunes. A diferencia de la semana anterior, el sol reinaba un cielo carente de pompas de algodón. Saliste a los apurones –porque te habías quedado remoloneando un ratito entre las sábanas– con destino al Palacio.
El día anterior te habías propuesto hacer todo igual a ése lunes en que conociste a Peter cuando se subió a tu paraguas –rojo y roto–. Pero… empezaste mal: no llovía como aquélla vez. Con el fin de no darte por vencida, te vestiste con la misma ropa: un trajecito color fucsia que resaltaba tu piel morena y tu cabello bien oscuro.
Como llegabas tarde al subte que supuestamente tomaba él, bajaste las escaleras fijas con ímpetu. Qué tan atolondrada lo hiciste que bajaste los últimos de una. Uno de los tacos se quebró de cuajo, dejándote a desnivel. Tus mejillas tomaron la misma tonalidad que el color de tu vestido: fucsia.
Un muchacho te ayudó a levantarte al tiempo que vos deseabas que la tierra te tragara, porque más de uno –desde adentro del subte– te miraba a la vez que hacía un esfuerzo sobrehumano por no romper en carcajadas.El sol era tan avasallante que había liquidado el aire fresco. El subte era una sopa y vos –junto a todos los pasajeros– las letritas que en ella flotaban. Qué tanto te avergonzó la caída que decidiste caminar a lo largo de todos los vagones hasta el último de ellos donde nadie te hubiera visto desparramada entre el suelo y las escaleras.
Fabiana Cantilo te cantaba en tu oído que dos días en la vida nunca vienen
nada mal, al tiempo que decretaste no intentar recomponer el taco de tu
zapato –fucsia y roto– y quitar de tu gran bolso una fibra y el librito de
sopa de letras que habías comprado en un andén cualquiera.Saliste de ése ambiente caldeado y no te gustó respirar el calor de ése sol. Caminaste cerca de cuatro cuadras hasta que encontraste un negocio chiquito en el te vendieran unas chatitas para poder nivelarte. Y claro que encontrar unas de color fucsia fue tarea imposible. Unas negras y tuviste que conformarte. Saliste de allí aplaudiéndote a vos misma por haber sido lo suficientemente inteligente ésa misma mañana para tomar un poco más de dinero por las dudas. Ése costado precavido lo habías heredado de tu mamá.
-¡Lali! –canturreó Francisco al verte entrar a tu despacho después de la hora del almuerzo– te extrañamos en mesa de entrada –se sinceró tu amigo pinche.
-Y yo a ustedes… estoy todo el día sola firmando papeles.
-Poner cargos es peor –y rieron porque ambos tenían experiencia en ello.
-¿Necesitás alguna causa o algo?
-No. En realidad vengo a darte ésto –y un sobre fue a parar a tus manos. Mariana Espósito, Pte., decía el dorso del mismo.
-¿Qué es, Fran? –preguntaste confusa a la vez que girabas el sobre entre tus manos una y otra vez.
-Me caso, La –y una sonrisa tocó cada extremo de sus orejas. Los ojos le brillaban y tu corazón golpeó fuertemente tu pecho.
-¡No! ¡¿Te casás?! –y no lo dejaste responder porque lo abrazaste amistosamente– ¿Cuándo?
-En un mes… la rubia me casa en un mes –y rieron porque Mery lo tenía locamente enamorado– hay dos invitaciones… quién te dice que en un mes no estás con un pie en el altar vos también –y golpeaste su hombro con gracia.
Y te la pasaste toda la tarde de acá para allá, salvando las omisiones y vacíos del juez para el que trabajabas. Tu vida se resumía a tiempos compartidos entre firmas de oficios, proveídos, recepción de cédulas y su incorporación a expedientes, y la presencia en audiencias. Te gustaba y ganabas bien… mucho más que siendo una pinche.
Por segunda vez en el día te sumergiste en el mundo subterráneo y recordaste aquélla estrofa de canción que decía me contaron que bajo el asfalto existe un mundo distinto con gente que nunca vió el sol y no conoce los ruidos. Enchufaste tus oídos a dos auriculares y Nito Mestre con su canción Fucsia te inundaron el alma. Una vista panorámica en cada estación para encontrar a Peter –porque lo buscabas desde el día del casi no beso– al tiempo que intentabas completar la última sopa de letras de ése librito –y digo de ése librito porque antes de subirte al vagón, compraste dos más–.
Diez minutos delequetedele para encontrar la última palabra sin resultado alguno. Decidiste bajar el volumen del reproductor de música para poder
escuchar con detenimiento la conversación histérica de una pareja. Ella estaba sentada junto a vos y él se sostenía de una de las arandelas, balanceando su cuerpo. Los auriculares simulaban emanar música. En efecto, te enteraste que eran compañeros de facultad. Administración de Empresas fue elegida por él a los diecisiete años y por ella tiempo después –ella era más grande que Pablo (ése era su nombre)–. Una S colgaba del cuello de ella, por lo que supusiste que su nombre era Sol. O Soledad. Sol te gustaba para ella. Y la histeria configuró el caldo de ésa sopa de letras, en las que las palabras eran misiles dispuestos a bajar de un hondazo la altanería del otro. Reíste para tus adentros y los miraste detenidamente, aunque con disimulo, cuando ya era hora de bajar.Volviste a subir el volumen de la música y te enredaste en varios cuerpos para poder llegar a una de las puertas automáticas del vagón. Tus dedos se aferraron a un caño metálico y la punta de tu pie derecho comenzó a golpetear el piso al son de la música que sólo oías vos.
'¡Lali! –tuvo que gritarte tres veces y acompañar su voz de un roce en tu hombro. Te volteaste y no lo pudiste creer– ¡Hey! ¡Lali! –y por pura inercia quitaste un auricular de tu oído– ¿cómo andas tanto tiempo? –odiaste su naturalidad.
-Pet… Peter, hola –y sonreíste confundida– Bien ¿y vos? –y las mejillas se te pusieron color fucsia cuando recordaste el famoso episodio del casi no beso.
-También, con un poco de calor –y rió como cuando eran cómplices y criticaban el ambiente subterránteo– ya bajás ¿no?
-¿Eh? –porque no podías dejar de pensar en el casi no beso– ¡Ah! ¡Sí! Sí, ahora.
-¿Nos vemos? –y se acercó a vos cuando tu cabeza era una verdadera sopa de letras. Sus labios rozaron tu mejilla fucsia y el cuerpo se te electrificó por completo.
La puerta automática de ése vagón se cerró y él te sonrió, cristal mediante. Te quedaste de pie en aquél andén al tiempo que la gente te empujaba y el subte se alejaba y con él, Peter. Llevaste tu mano a tu mejilla y sonreíste tontamente. Colocaste una vez más el auricular en tu oído y subiste las escalinatas –que antes te hicieron caer– sola y contenta.
Claro que Micaela se quedó helada cuando le contaste aquél suceso. Peter ya formaba parte de la vida de ambas y no había cena en que no se hablara de él. Una ducha reconfortante sólo provocó que siguieras pensando en él.
-Che, La –se asomó la cabeza de tu hermana por la puerta de tu habitación. Vos estabas metida dentro de la cama con tu librito de sopa de letras– ¿no viste si seguía teniendo el anillo? –reculaste y te quisiste morir.
-Quedé tan tarada que ni me fijé –y Mica se encogió de hombros y te saludó hasta el día próximo.
Y entonces el milagro se produjo. Después de media hora de mirar el techo, pispeaste el cuadrado en el que se perdían muchas letras y encontraste la que buscaste durante todo el día. Encuentro, fue la palabra que te permitió leer el mensaje oculto en la sopa.
Quiero que sepas que pienso salir
a andar por la calle toda descalza
voy a vestirme de fucsia ésta vez
los ojos abiertos mirando muy bien
no sea cosa que pases y no te pueda ver
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DEGRADÉ
FanfictionDegradé intenta mostrar que no es lo mismo mirar que ver. Que un simple descuido puede hacer historia. Que entre tormentas y brisas se puede encontrar un lugar en el mundo... Y Peter y Lali sí que saben de eso. *Historia adaptada de ficsdeca con arr...