Melocotón: equilibrio meteorológico

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Los siguientes cinco días siguieron viviendo en Valeria del Mar. Claro que estuviste internada cuarenta y ocho horas por el simple hecho de ser una parturienta. Allegra había nacido sanita y por ello te dieron el alta con rapidez. La noticia había hecho estragos en los corazones de todos. Ya nació, es una nena. Y Peter se baboseaba con su nueva hija y le encantó ser el encargado de llamar a todos y cada uno.

El viaje en ruta hacia Capital fue bastante arduo. Allegra era una recién nacida y aquello era sinónimo de llanto, sinónimo de histeria, de berrinche. Aclamaba tu pecho cada tres horas y media. Ella podía vivir así: tomando el pecho, siendo acariciada por su papá, besada por su mamá, durmiendo entre sus brazos y observando de a poquito a su hermanito mayor. Allegra llevaba a flor de piel tu histeria innata y la pacificidad de Peter. Allegra era el casiequilibrio.

Allegra llegó para inundar un departamento de alegría y sueño. Para hacer de las noches de sus papás algo enloquecedor. Para despertar celos en su hermano y que ustedes lo sintieran tan chiquito como cuando había nacido. Allegra llegó y transformó tus ojeras en una sonrisa constante: vos sabías que ella sería tu eterna compañera. Allegra llegó una noche de diluvio para convertirse en el sol de Peter.

-Menos mal que se fueron todos, me estaba poniendo fastidioso –dijo él entrando al dormitorio. Vos cambiabas los pañales de Allegra sobre la cama matrimonial.

-Estaban eufóricos. La única que se dió cuenta que tenían que irse fue tu hermana, mañana voy a llamarla para agradecerle –y rieron.

-Hola, chanchita –y él se estiró sobre la cama para acercar su cara a la de su nena– hola, hola –y garabateaba su mejilla con su nariz.

-¿Chanchita, Peter? –y reíste con fuerza.

-¿Qué? –y sus ojos verdes te desfondaron cada célula de tu ser– tenemos un lechón ya.

-En vez de padres parecemos granjeros –y rieron: así eran ustedes.

-Mirá lo qué es. ¡Re gordita! –y mordisqueó un poco los rollitos de la pancita de Allegra– es una chancha, nunca mejor puesto el apodo –y la besaba con ruido para que ella riera.

-Papi –Santino estaba parado en la puerta del cuarto, refregándose los ojos.

-¿Qué pasa, papi? –y le extendió una mano. Santino la tomó y se trepó al cuerpo grandote de su papá.

-Tengo noni –y hundió su carita en su cuello.

-Vamos a dormir un ratito ¿querés? –previo a lo cual, ustedes dos se miraron: era tan raro que Santino quisiera dormir la siesta– vamos a buscar el pijama entonces –y se levantó de la cama con él a upa.

-Dale un beso a mamá antes de irte a dormir –le pediste y le pusiste puchero. Peter se acercó a vos con tu hijo a cuestas y no tardó mucho en colgarse de tu cuello y apretarse a vos– mi lechón –y besaste su cuello y su hombrito con dulzura.

Santino se había vuelto el ser más cariñoso sobre la faz de la tierra. Santino
observaba con detenimiento cada mimo, cada caricia, cada beso que iba a parar al cuerpo de su hermana. Santino entendió que ya no era el único y en vez de montar un berrinche, se volvió callado, silencioso. Santino no sabía que fue la causa que cambió el pensamiento de un hombre: su papá. Santino tampoco sabía que había provocado que su papá se enamorara con locura de su mamá. Santino no sabe que llegó para marcar un equilibrio, el que se mantiene desde hace dos años y monedas.

-Tengo miedo –te pidió que no acostaras a Allegra en la cunita que estaba dentro de tu cuarto y que la dejaras en la cama matrimonial, en el medio de los dos.

-¿Miedo?

-Lali, la van a re gastar –y la miraba dormir con fascinación.

-¿De qué hablás?

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